Me dijeron que esas fotos no son de escritora seria. Me dijeron que esa forma de vestir no era de escritora respetable. Me dijeron que ese tema no era de escritora con prestigio. Me dijeron que así no se maneja el mundo editorial. Me dijeron que a nadie le iba a importar lo que escribo si no me publicaba una editorial “importante”. Me dijeron que debía elegir entre éxito profesional o éxito familiar.
Sin embargo, aquí estoy, con más de 100 mil ejemplares vendidos, con una trayectoria de 23 años dedicándome a los libros, asistiendo a más de diez ferias al año con mi propio espacio, con el cariño, la complicidad, el interés de cientos de lectores y una familia de personas autónomas que ríen, se abrazan y se apoyan en la persecución de sus sueños.
En este camino de inventar mis propios caminos he aprendido que lo imposible deja de ser imposible hasta que alguien lo hace, que la única manera de hacer las cosas es la única hasta que alguien prueba algo distinto... y funciona. Que la experiencia es de lo más valioso que generamos en la vida conforme avanzamos, siempre y cuando sea escalón y no grillete ni almohada: a veces las certezas estorban en vez de motivar un aprendizaje distinto.
He aprendido que sí, el miedo paraliza, pero también mueve: si quieres sobrevivir más te vale reaccionar a tiempo antes de que la amenaza atente contra tu yugular. Si quieres lograr lo que te propones más te vale mirar hacia las posibilidades más que hacia los peligros. Aunque los peligros sigan ahí, hay que observarlos con el rabillo del ojo y no dejarlos que monopolicen el paisaje. Bien lo sé yo, que soy una miedosa convertida en valiente.
Cuando rompes el molde es inevitable que flotando junto a esos pedazos aparezcan las resistencias, los prejuicios, los intentos de intimidación, la muy peligrosa censura: “¿Quién eres tú y quién te crees como para venir a meterte donde no te llaman?” “¿De dónde crees que saliste y por qué crees que eres alguien, si aquí los que deciden quiénes son alguien somos nosotros?”
Como un reto
No preví que quienes manejan las mafias editoriales y los círculos culturales pueden convivir con los proyectos marginales mientras se mantengan en esa marginalidad y, claro, el tema no sea el sexo. No importa que no me meta con nadie, que no me gaste el dinero de los impuestos en becas u otros incentivos. No importa que viva el erotismo como sugerencia, como invitación, y no como algo impuesto. De todas formas, terminé siendo diana de la censura.
Ignoraba que una mujer no tiene derecho a vivir con libertad y plenitud, como dueña de sus reacciones y no como víctima de las circunstancias. Es que el mundo es para nosotras siempre y cuando seamos bien portadas, acomedidas, sumisas, cero respondonas y nos vistamos de manera pudorosa; vamos, que la fortaleza mental, la independencia, el atrevimiento son energía masculina que nos afea. Ajá.
Tengo un temperamento tranquilo, soy callada, observadora, prefiero escuchar, no me gusta pelearme; definitivamente no soy la reina de la fiesta. Este temperamento tranquilo fue confundido miles de veces con debilidad, con fragilidad, pero el estruendo no es garantía de una vida de leyenda.
Por dentro siempre he sido un explosivo al borde de la detonación; mi interior está poblado de ideas, de creatividad; es insaciable por crear, viajar, conocer, por llevarme hacia los bordes de los precipicios que haya que conquistar.
Así que recibo la censura que venga no con indefensión aprendida, sino como un reto: quienes pretenden callar a la libertad, mi libertad, quienes pretenden invisibilizarme hasta el punto del desgaste extremo, pueden esperar sentados. Yo nunca me canso primero.