El miedo al peligro es diez mil veces peor que el peligro mismo.
Daniel Defoe
Robinson Crusoe es una obra con base en la vida del marino Alexander Selkirk, escocés de nacimiento y rescatado en 1709 tras pasar cuatro años en una isla desierta. Esta isla ahora lleva el nombre de Robinson Crusoe y se encuentra en el archipiélago de Juan Fernández (Chile).
El planteamiento de la novela es muy sencillo: un hombre está perdido en una pequeña isla y tiene que sobrevivir no solo a las inclemencias del tiempo sino también a sus semejantes, unos caníbales que van a tierra a comer humanos.
Robinson salva a un niño que iba a ser comido y decide nombrarlo como Viernes. Porque lo salvó en viernes así le puso el huevón del autor al personaje. ¿No le podría haber puesto Emiliano o Sergio?
En 1919 el éxito fue inmediato y hoy se considera la novela inglesa más popular de todos los tiempos. Según los críticos ningún libro en la historia de la literatura occidental ha tenido más ediciones, imitaciones y, sobre todo, traducciones. Hay una secuela del mismo autor poco conocida, llamada Las nuevas aventuras de Robinson Crusoe.
La historia plantea cómo el personaje se adapta a la soledad y se instala en la isla en compañía de Viernes. Según James Joyce es el ejemplo claro del colonialismo británico.
Pero hay un punto a rescatar: en la economía clásica y neoclásica el Crusoe de Defoe se utiliza para ilustrar la famosa teoría de la producción y elección del consumidor en ausencia del comercio, dinero y precios. ¿Le suena parecido a la situación actual? Robinson debe elegir qué cosas hacer con su tiempo. Por una parte intenta hacer pan, pone una hortaliza y hace herramientas de caza y pesca (trabajo). La duda aparece con el tiempo no productivo (ocio): ¿qué hacer con el tiempo que sobra?
El confinamiento (voluntario) hace un poco el efecto Crusoe con las personas, sobre todo al tener tiempo para pensar. Como dice la frase: “El miedo al peligro es mil veces peor que el peligro mismo”. Por eso es tiempo de reflexión y de cuidarnos. Nada más no le busquemos chichis a las hormigas.
Viernes
Tristán caminaba por la Alameda Central cuando vio a un pequeño de unos doce años correr despavorido por el parque. Traía cara de angustia, iba como alma que lleva pena. Tris sabía que el chavo estaba en problemas. A lo lejos vio a un par de sujetos que, al ver a Tris, caminaron despacio. Él, quien entendió en el momento lo que pasaba, afinó el paso y alcanzó a tomar del brazo al chamaco.
—¿Te vienen persiguiendo esos dos, verdad?
El niño asintió con la cabeza.
—¿Cómo te llamas? —preguntó Tris.
—Me dicen Viernes, porque nací un viernes.
—¿Y qué buscan esos hombres?
—Me quieren llevar para venderme.
—No te preocupes, conozco a alguien que podrá ayudarte.
Caminó junto al escuincle y pasó junto a los maleantes, lo subió al coche y lo llevó al refugio para niños de la calle que atendía su amiga Rosamary Ruiz.