En estos días, a la vista de la muerte del Papa Francisco, volvió a la escena pública la discusión sobre la religiosidad y la política en Estados Unidos. La última personalidad a la que recibió el Pontífice fue nada menos que J. D. Vance, el vicepresidente de la superpotencia convertido al catolicismo.
Vino a mi memoria el estupendo libro de Harold Bloom, La religión americana, donde el gran crítico literario explicaba que un país con vocación imperial como Estados Unidos requería manifestaciones religiosas que le hicieran sentir a su población que eran un pueblo elegido por Dios. Solo así se justifica la misión de civilizar y llevar la democracia al resto del mundo.
Cualesquiera que fueran las advocaciones o representaciones del cristianismo a las que se adhiera una comunidad norteamericana, debe hacerles sentir con firmeza la fe en el porvenir de su nación como rectora de los destinos del resto de la humanidad.
Eso es muy notorio en Vance, un católico converso, pero también en todas las iglesias evangélicas que auparon y llevaron a la presidencia a Donald Trump haciendo campaña a su favor. El problema es que esas alianzas políticas llevan consigo compromisos de impulso a agendas ultraconservadoras. Y esas agendas ya no se restringen al orden moral convencional, como la condena del aborto o el divorcio, sino que llevan implícita la intolerancia y el ataque a la homosexualidad, a la diversidad racial que amenaza la homogeneidad de la nación americana y otras cuestiones similares.
De modo que gracias a Bloom podríamos explicar y predecir mucho de la política estadunidense contemporánea como resultado de la evolución religiosa de ese país.
Cabildeo
Desde luego, el libro de Bloom se publicó a principios de este siglo, de manera que su estudio y las estadísticas en él incluidas no cubren la etapa actual. No obstante, su interpretación se mantiene vigente. Ese milenarismo cristiano permite entender la aceptación tácita o explícita de numerosos votantes cristianos a la invasión de Irak, pues se le vio como una manifestación de la cruzada del bien contra el mal para combatir la fe del maligno: el Islam. Hoy mucho del trumpismo es polvo de aquellos lodos y varios de los pastores cristianos que en su momento acompañaron a Bush hijo hoy acompañan a Trump.
La remodelación del sistema internacional contemporáneo no será comprensible si no analizamos cuidadosamente las creencias de estos grupos religiosos (pero sobre todo políticos) que respaldan a Trump. Estas iglesias crecen en número de adeptos a la par que ofrecen oportunidades de empleo a jóvenes olvidados por el sistema económico contemporáneo, de mano de obra poco calificada y que siguen viviendo con sus padres por no poder pagar un alquiler, mucho menos una hipoteca propia.
Se ve difícil que los demócratas regresen al poder si no aquilatan este fenómeno y establecen alianzas propias con esas u otras iglesias, pero sus respectivas agendas garantizan que no volveremos a ver el orden internacional liberal que conocimos hasta hace unos años.
Las iglesias son actores de gran poder que moldearán la política exterior de la superpotencia; de ahí que sería conveniente que el gobierno mexicano buscara intensificar su cabildeo y relación profesional con ellas. Ojalá.