A propósito del recorte al presupuesto del sector cultural anunciado en noviembre y posteriormente ajustado, caben varias reflexiones no solo en torno al tema del recorte en sí y a lo que ello revela sobre las prioridades y valores de nuestra sociedad y gobierno, sino también sobre la capacidad de reacción y de organización de los artistas y de la sociedad en general ante una medida que potencialmente podría paralizar al sector.
Tras el primer comunicado, en el cual se planteó un recorte apabullante del 30.8% para el ejercicio de 2025, se sucedieron declaraciones que pretendieron neutralizar y justificar la medida, apuntando que lo que parecía un recorte, en realidad no lo era pues simplemente se estaba descontando lo que se había invertido en los dos grandes proyectos del sexenio pasado: Chapultepec Naturaleza y Cultura y el Tren Maya –omitiendo que ambos aún necesitan presupuesto para su terminación y operación–. Posteriormente, y tras algunas movilizaciones y protestas, se reintegraron 3 mil millones de pesos al presupuesto, dejando el recorte en un menos pronunciado pero aún escandaloso 13.7% respecto al 2024 y todavía muy por debajo del 1% del gasto público total recomendado por los estándares internacionales. Conforme a ese criterio, el presupuesto cultural anual en México debería ser de 93 mil millones de pesos, muy lejos aún de los 15 mil millones asignados.
La cuestión es que, más allá de este recorte particular, los presupuestos destinados a cultura son históricamente insuficientes e ineficientemente distribuidos. Es decir, este es un recorte más, sobre una serie de recortes; la precarización de un sector de por sí precarizado desde hace décadas. Y si bien esta reflexión corresponde a este momento y a este lugar y se detona a raíz de este recorte presupuestal, el empobrecimiento del sector no es un problema de un partido, una ideología o un sexenio. Y lo que ello revela es muy grave, pues a pesar de ser uno de los países culturalmente más ricos del mundo, en México no se valoran las artes, ni simbólicamente ni monetariamente. Y no solo no se valoran, sino que pareciera que deliberadamente se les debilita cada vez más.
La cultura, en todas sus manifestaciones, es indispensable para el desarrollo integral del ser humano; fomenta la capacidad de análisis y de discernimiento; es una herramienta invaluable de autoconocimiento, personal y colectivo y es esencial en la forja de la identidad de una nación; es un agente de transformación personal y social; es un espacio de libertad, encuentro e igualdad entre las personas. Un pueblo sin cultura es susceptible de ser controlado, sometido y manipulado. El poder, desde luego, no quiere una sociedad pensante.
En días recientes hemos visto grupos de diferentes núcleos artísticos movilizándose para protestar el recorte, incluyendo sindicatos culturales. La inconformidad de los miembros del gremio de las artes visuales se materializó en una carta que firmaron varias decenas de colegas. Dentro de las firmas que se recabaron resulta evidente la ausencia de los grandes privilegiados que forman parte de los mega proyectos culturales auspiciados por el gobierno y ante el cual difícilmente se opondrían. Muchos otros artistas guardan silencio pues aspiran a que se les otorguen becas o bien temen perderlas, lo cual es entendible en el círculo vicioso de precariedad en el que se encuentra el sector. Lo que queda claro es que cualquier iniciativa de fuerza comunitaria, incluyendo esta misma nota o la video cápsula que se publicó en días pasados, resulta pusilánime pues el miedo y la desidia prevalecen. Desde ahí, no hay posibilidad de generar una genuina fuerza de oposición.
No se trata de defender meramente un presupuesto –una situación que parece estar afectando a muchos países–, sino el derecho mismo a la cultura. No es una simple demanda de ayuda caritativa para los artistas, aunque se encuentren a menudo privados de derechos laborales básicos, sino de un reclamo ante la vulneración del derecho al acceso a la cultura y la preservación del patrimonio común. La indignación ante un recorte de esta naturaleza debería provenir, no solo de los artistas sino de la sociedad en general.