En un horizonte atiborrado de negros nubarrones, aquel que en su momento fuera uno de los líderes mundiales más carismáticos y reconocidos ha decidido dimitir en su mandato dentro de la política canadiense. Justin Trudeau, sin embargo, deja un legado que quizá marcó una buena era en la historia del país norteamericano, la cual será recordada por muchos como una etapa que transitó por la estabilidad, pero que sucumbió en un rampante declive que concluye con su renuncia como primer ministro y como líder del Partido Liberal canadiense.
En una larga cadena de desafortunados eventos, Trudeau ha disminuido su capacidad de maniobra política y su popularidad de manera acelerada. En primer término, no hay duda de que el respaldo hacia su mandato se encontraba en un momento, por decir lo menos, tenso y tambaleante. En los últimos ocho meses se exigió la dimisión de Trudeau por cerca de 24 miembros del Parlamento y una importante suma de caucus liberales de las regiones del Atlántico, Quebec y Ontario.
A partir de esos momentos se han sumado a las voces que pedían la renuncia del mandatario diversos actores políticos, sociales y empresariales, quienes cuestionan la capacidad de Trudeau para enfrentar el duro escenario que muchos avizoran hacia adelante.
Numerosos miembros del Partido Liberal no cesaron en la petición y para colmo del infortunio político del canadiense la renuncia de Chrystia Freeland como ministra de Finanzas fue el punto de inflexión en que se visualizaba a un Trudeau abandonado a su suerte. La ruptura de esta relación con su brazo derecho fue un duro golpe que solo incrementó las presiones para un mandatario que había confiado en Freeland desde tiempos añejos.
Incertidumbre
Por otra parte, la manera en la que el mandatario canadiense confrontó en un primer momento a un Donald Trump avasallador puso en duda si sería una figura de poder idónea para sortear el vendaval que propondrá la política exterior a la llegada del estadunidense a la Casa Blanca.
Amenazado con la imposición de aranceles de 25% y ridiculizado al grado de llamarlo “gobernador de Canadá”, Trudeau no encontró una respuesta contundente que le valiera reconocimiento ante tal conflicto. Para nadie resulta menor el hecho de iniciar una relación bilateral con raspaduras con quien gobernará el país al que se exporta 77% de sus productos.
Un factor que no puede pasar desapercibido, pero que definitivamente resulta relevante, tiene que ver con la vida personal del mandatario. Fue apenas hace año y medio cuando Trudeau reveló su separación de quien fuera su pareja por cerca de 20 años. El divorcio de Sophie Grégoire tal vez tuvo efectos desfavorables en la conducta pública, que finalmente acabaron por traducirse en desánimo y rumbos erráticos.
Lo cierto es que la presión terminó por llevar a una decisión prudente en anticipo al caos. Diversas publicaciones, como las de The Independent, muestran un escenario sumamente adverso donde 71% de los canadienses opina que el país se encuentra en una situación de emergencia bajo el mandato de Trudeau. Con un apoyo popular que no llega a 30% el margen de maniobra es casi nulo. La impopularidad traducida a la ruta electoral deja muy mal parados a los liberales al saberse que el Partido Conservador tiene una ventaja de más de 25 puntos rumbo a las elecciones de octubre; lo anterior conforme al estudio más reciente de la empresa Abacus.
Lo que sigue en el liderazgo canadiense es de alta incertidumbre. La ruta para la elección de un nuevo dirigente será, a petición del mismo Trudeau, “nacional y robusta”, de larga data y por lo visto con varias diferencias de por medio. Se manejan perfiles como Dominic LeBlanc, quien es amigo de infancia de Trudeau; Mélanie Joly, ministra de Exteriores; Mark Carney, exgobernador del banco central; e incluso la dimitida Chrystia Freeland.
El asunto no es solo de nombres sino de solvencia política y de mando ante un panorama que se antoja complicado. Revitalizar a un Partido Liberal sujeto a la contaminación de los percibidos o reales malos resultados de gobierno será una tarea inmediata que tendría que lograrse en un tiempo récord. Se concluye una era que en otros momentos era puesta como ejemplo de efectividad.