En el vasto panorama del cine actual, donde la originalidad escasea entre secuelas y remakes, Luca Guadagnino nos sorprende con Queer, una adaptación visceral y valiente de la novela homónima de William S. Burroughs.
El director italiano, conocido por su capacidad para explorar las complejidades del deseo en filmes como Call Me by Your Name o Challengers, se sumerge ahora en aguas más turbias y experimentales, creando una obra que desafía las convenciones narrativas tradicionales y se atreve a navegar por los rincones más oscuros del alma humana.
La película sigue a William Lee (Daniel Craig), un extranjero atormentado en la Ciudad de México de los cincuenta, obsesionado con el joven Eugene Allerton (Drew Starkey).
Pero reducir Queer a esta simple premisa sería como describir 2001: Una odisea del espacio como una película sobre computadoras rebeldes.
Guadagnino construye un laberinto emocional donde realidad y alucinación se entrelazan, utilizando elementos surrealistas para explorar temas de culpa, deseo y redención.
La sombra del trágico accidente que acabó con la vida de Joan Vollmer, esposa de Burroughs, planea sobre la narrativa como un buitre silencioso, añadiendo capas de complejidad al ya denso tejido narrativo.
Daniel Craig se despoja de todo rastro del glamour Bond para encarnar a un hombre quebrado por el deseo y la culpa. Su interpretación de Lee es un ejercicio de vulnerabilidad radical que recuerda al mejor Brando en su capacidad para transmitir desesperación contenida.
A su lado, Drew Starkey construye un Allerton magnético y esquivo, creando una dinámica que mantiene al espectador en constante tensión.
Profundidades
La propuesta técnica es igualmente ambiciosa. La fotografía juega con las sombras y la luz como metáforas del estado mental de Lee, mientras que la banda sonora de Trent Reznor y Atticus Ross envuelve la narrativa en un manto sonoro que oscila entre lo etéreo y lo perturbador. El uso de Come as You Are de Nirvana en un momento crucial del filme demuestra la capacidad del director para crear sincronías perfectas entre música e imagen.
El guion de Justin Kuritzkes, por su parte, logra lo que parecía imposible: completar y expandir la obra inacabada de Burroughs de una manera que se siente orgánica y respetuosa con el material original.
Queer no es, en definitiva, una película para todos los paladares, ni pretende serlo. Es una obra que exige tanto como recompensa, un viaje sicodélico por los abismos del deseo y la culpa que confirma a Guadagnino como uno de los cineastas más audaces de su generación.
Aunque algunos espectadores podrían sentirse desconcertados por su narrativa no lineal y sus incursiones en el surrealismo, aquellos dispuestos a sumergirse en sus profundidades encontrarán una experiencia cinematográfica única y conmovedora que resuena mucho después de que las luces se enciendan en la sala.