Es muy importante tener estos procesos en consideración. En primer lugar, aquellos que tendrán directa incidencia en el comienzo de la Presidencia de Claudia Scheinbaum porque en su desarrollo, pese a la distancia geográfica, la ubicación en la geopolítica mundial hace de México un escenario fundamental para varios juegos y rejuegos de poder mundial. Y en segundo término aquellos que por su proximidad física —me refiero sobre todo a los ubicados en el continente americano— también ejercerán influencia en las orientaciones que pueda tomar una indispensable y renovada política exterior.
El criterio inicial para establecer un procedimiento básico de operación es la proximidad. Esto es, por ejemplo, las elecciones presidenciales y del Congreso en Estados Unidos, ya sea Kamala Harris o Donald Trump, tendrán importantes consecuencias en las relaciones bilaterales por la muy diversificada y compleja agenda: migración, tráfico de drogas, seguridad regional, comercio, entre otros asuntos.
También por lo que respecta a los países latinoamericanos se encuentran los polémicos —para decir lo menos y de forma amable— comicios presidenciales de la tiranía de Nicolás Maduro en Venezuela.
Lo anterior además de las tensas relaciones que se tienen con varios gobiernos de América del Sur: la ruptura de relaciones con Ecuador y Perú, el grave y serio distanciamiento con Argentina, así como un notable e incuestionable repliegue de nuestro país en los foros regionales; las severas controversias con la Organización de los Estados Americanos (OEA) y otros organismos multilaterales, que han sido acusados de injerencias en diversos temas que van desde las políticas y programas de seguridad social y salud hasta acciones en materia de seguridad pública.
Europa
Así, de forma coincidente, ya sea con Estados Unidos o con Latinoamérica, el próximo gobierno de la República deberá analizar y ajustar (es decir, recomponer) diversos desajustes, desencuentros y malos entendidos que han propiciado un aislamiento de México en el contexto internacional.
En este punto, la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE) y su próximo titular, Juan Ramón de la Fuente, tienen un papel central y principal en dicha orientación, que apunta hacia la llegada de la primera mitad del siglo XXI. Ahora, solo con un vistazo, consideremos la cuestión de las relaciones con Europa.
Desde luego que en temas de seguridad internacional la invasión de Rusia a Ucrania concentra la atención de los procesos políticos, sociales, económicos, diplomáticos, ambientales y, por supuesto, militares. Es evidente que la guerra continuará, que hay presupuesto asignado para 2025 por parte de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), del orden de los 43 mil 500 millones de dólares, en apoyo a las Fuerzas Armadas de Ucrania.
Ante dicho escenario la polarización y tensiones regionales, pero también a nivel mundial, aumentarán, lo que para nuestro país es fundamental porque siendo la frontera terrestre, marítima y aérea de Estados Unidos, principal socio de la OTAN y del Tratado de Libre Comercio con México y Canadá (TMEC) es sustancial considerar esa variable para la conducción de una política exterior propia, pero no aislacionista o neutral, donde las agresiones de una nación a otra no pueden ni deben justificarse.
El inicio del próximo gobierno en nuestro país abre la posibilidad de la recuperación y posicionamiento de la política exterior y diplomacia de México.
Porque además de los dos escenarios descritos hay otros que también ofrecen opciones de visibilidad y, sobre todo, de propuestas para lograr un benéfico entendimiento.