A ver, yo seré el primero en defender el derecho de los adolescentes a echar desmadre y gritar consignas que años después les parecerán ridículamente estúpidas y pretenciosas. Créanme, hablo por experiencia. Pero viendo las protestas masivas en los principales campus universitarios de Estados Unidos creo que estas han resultado ser un absoluto despropósito y —de hecho— completamente contraproducentes.
De entrada, quiero eliminar cualquier temor y decirles que no, que mis argumentos no son moralinos ni encaminados a proponer una coerción a la libertad de expresión de estos muchachos. Aquí vengo con argumentos estrictamente pragmáticos.
En primer lugar —y aquí le robo una idea al comediante Bill Maher—, estas protestas parecen ser un ejercicio colectivo de narcisismo. Porque seamos honestos: ¿qué factor vuelve a la causa palestina más noble o más importante que otras? ¿Por qué no protestar por la guerra en Ucrania y las masacres que ahí ocurren diariamente? ¿Por qué no protestar por el apartheid de género que existe en Afganistán? ¿O el hecho que en gran parte del mundo islámico te asesinan si eres homosexual? ¿Por qué no protestar por la hambruna en Sudán o en Somalia?
Porque para estos estudiantes gringos (excepto aquellos que tienen un vínculo directo con Oriente Medio) la razón de la protesta es lo de menos. Lo que ellos quieren es que sus amigos y el mundo entero (vía redes sociales) los reconozcan y celebren como verdaderos “progres” y auténticos guerreros de la justicia social.
Y si para ganar un par de likes en TikTok se requiere pedir el exterminio de Israel y apoyar a un grupo terrorista con tendencias genocidas, ¡pues viva Hamás y mueran los judíos!
Responsabilidad
Pero vamos a suponer que la mayoría de los manifestantes actúan con las mejores intenciones. Que en verdad buscan con su relajo aliviar el sufrimiento del pueblo palestino (que hay que decirlo: lo que está haciendo Israel es inexcusable y criminal). Entonces, ¿por qué habría bronca con esto?
La razón es muy sencilla. Porque la empatía y la indignación son igual a cualquier otro recurso natural: son finitas y se agotan; y por esta misma razón necesitamos priorizar y jerarquizar dónde vamos a invertirlas.
Derivado de esto, mi problema central con las protestas universitarias (que ya se extienden por varios países, incluido México) es que están evitando que otros temas reciban la misma atención y el mismo nivel de furia; temas que directamente afectan en las vidas de estos estudiantes.
En el caso de Estados Unidos la inconsciencia de estos estudiantes llega a niveles preocupantes. Porque mientras se desgarran las vestiduras por un conflicto a miles de kilómetros, su propia democracia está en peligro mortal, al igual que sus derechos de asamblea y su libertad de expresión.
Mucho se ha comentado sobre cómo este relajo puede costarle votos a Joe Biden en noviembre; y entre más tiempo continúen las protestas, más apetecible se volverá el mensaje de Donald Trump, quien presume ser el candidato de “la ley y el orden”. ¿Y saben ustedes lo que hará Trump llegando a la Casa Blanca? ¡Claro que lo saben! ¡Apoyar aún más a Israel! ¡Pisotear aún más a los palestinos! ¡Y de pasada enviarles a la Guardia Nacional a todos esos estudiantes revoltosos!
Algo similar ocurrió en 1968 cuando las protestas contra la guerra de Vietnam (algo que sí afectaba directamente a los estudiantes de la época) dividieron profundamente a los demócratas. El resultado del caos fue la victoria de Richard Nixon, que expandió aún más la Guerra de Vietnam y tiñó la política estadunidense de conservadurismo, autoritarismo y corrupción.
Hoy, con cada grito en las universidades que pide “Death to America”, con cada exigencia de una nueva “Intifada” y con cada estudiante que canta “From the River to the Sea”, Trump está deseando que la historia se repita.
Se los vuelvo a decir: la empatía y la indignación son finitas y se agotan. Es nuestra responsabilidad usarlas de manera inteligente.