LA PRIMERA PRESIDENTA

Sergio Sarmiento
Columnas
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PRIMERA PRESIDENTA DE MÉXICO

A partir del próximo 1 de octubre México tendrá una presidenta, la primera en la historia. Es un logro desde cualquier punto de vista. Que un país machista, en el que los hombres siguen abusando y menospreciando a la mujer, tenga a una primera mandataria no tiene precio.

Escribo estas notas antes de los comicios y no sé, por tanto, quién será esa presidenta. El simple hecho de que sea una mujer, sin embargo, será un avance. Aunque son pocas las mujeres en el mundo que han encabezado gobiernos, varias de las que han ejercido esa responsabilidad han hecho muy buen papel. Ha sido el caso, a mi juicio, de Golda Meir en Israel e Indira Gandhi en India. Margaret Thatcher, la Dama de Hierro, hizo cambios económicos profundos en el Reino Unido que permitieron que un país anquilosado, rezagado frente a sus pares en Europa, tuviera un renacimiento.

La nueva presidenta de México enfrentará retos enormes. Si bien Andrés Manuel López Obrador ha tenido logros, en particular la reducción de la pobreza, está dejando una economía con poco crecimiento y con problemas mayúsculos. Hereda a su sucesora una crisis de energía, por su rechazo a aceptar inversión privada en electricidad, y un Pemex quebrado. El sistema de salud pública está colapsado. Los programas sociales, fundamentales para reducir la pobreza, devoran un porcentaje cada vez mayor del gasto público. Nada más las pensiones, entre las que se encuentra el programa de adultos mayores, están absorbiendo 31% del gasto programable. Como la población mexicana está envejeciendo, habrá un incremento en el gasto social que en unos cuantos años pondrá en jaque las finanzas públicas.

Heridas

Quizás el mayor reto para la nueva presidenta será restañar las heridas que López Obrador está dejando. Si bien AMLO prometió que gobernaría para todos los mexicanos, ha encabezado un régimen polarizante, divisivo, marcado por el uso de un lenguaje de odio contra quienes piensan distinto. Convirtió las mañaneras en una plataforma para su popularidad personal, pero sembrando desprecio para sus supuestos “adversarios”, a los que ha tildado de conservadores, reaccionarios, neoliberales, corruptos y traidores a la patria, entre muchas otras cosas, desde la tribuna presidencial.

Estas agresiones constantes han dejado rencores. El presidente no quiso gobernar para todos, sino solo para un grupo de simpatizantes y colaboradores, algunos muy corruptos, entre quienes repartió cargos públicos sin preocuparse siquiera de si estaban preparados para ejercerlos. Su filosofía de contratación de funcionarios con 90% de “honestidad”, léase “lealtad”, y 10% de capacidad, lastró al servicio público.

La nueva presidenta deberá tratar de curar estas heridas. No sabemos si lo podrá hacer, porque no está claro que López Obrador simplemente se retirará a su rancho en Palenque, que él dice que no es suyo, o si seguirá tratando de intervenir en la vida pública.

La mandataria también deberá enfrentar una desaceleración en la economía. Si bien AMLO mantuvo finanzas públicas sanas en los cuatro primeros años de su mandato, terminó el sexenio gastando sin ton ni son, pero además en obras con sobrecostos brutales y sin posibilidad de ser económica o socialmente rentables. Ante la desaparición de estos gastos suntuarios, se espera una desaceleración de la economía en 2025.

Las facturas por el dispendio se están ya acumulando. Le tocará pagarlas a la nueva presidenta.