Ante el hallazgo en Teuchitlán no puedo evitar preguntar: si tuvieras frente a ti a las personas que se encargan de nuestra seguridad, ¿qué les dirías? No hablo de encontrártelas casualmente, sino de una verdadera oportunidad para cuestionarlas ante el terrible hallazgo.
Algunos querrían reclamarles, otros mostrarles las evidencias del horror: cientos de zapatos, esas mochilas, esa carta desgarradora de Eduardo Lerma. La mayoría querríamos respuestas, explicaciones sobre cómo es posible que un campo de adiestramiento del Cartel Jalisco Nueva Generación (CJNG) operara con tal impunidad, con crematorios clandestinos incluidos.
Estas confrontaciones rara vez ocurren, porque los desaparecidos solo son visibles cuando conviene estadísticamente o en la retórica oficial para simular avances o atacar al pasado.
¿Dónde está el sentido común de nuestros gobernantes? ¿Dónde está cuando los Guerreros Buscadores de Jalisco hacen el trabajo estatal por una simple llamada anónima? ¿Dónde está mientras el CJNG mantiene crematorios a solo 59 kilómetros de Guadalajara?
También resalto la normalización de la violencia en la sociedad mexicana. ¿Cuántas veces hemos normalizado el horror? Más y más personas tomamos la decisión de mirar hacia otro lado. De cambiar de canal. De pasar a la siguiente noticia porque el dolor ajeno resulta insoportable.
Esta anestesia colectiva es quizás el triunfo más oscuro de la violencia y sus causantes en el país.
Imposible
La lista de preguntas se multiplicaría indefinidamente. No apunto a un partido específico, sino a todo servidor público que debería garantizar nuestra seguridad, pues esa es, a fin de cuentas, su función. Este es un principio de cualquier gobierno que se considere legítimo.
Ya veo a diferentes individuos utilizando el caso con fines golpistas o minimizando su propia existencia. La realidad es que todos estos grupos en el poder, o que fueron parte de este, tienen la culpa.
Los colectivos que buscan a las y los desaparecidos no deberían existir, pero son tan necesarios. Su presencia es la prueba del fracaso institucional. Sin embargo, son ellos los que descubren la verdad que nadie quiere ver: que en México los desaparecidos son inconvenientes estadísticos.
Los responsables de nuestra seguridad no son improvisados, tienen estudios, formación y recursos (en varios casos). Sin embargo, la realidad de Teuchitlán contradice cualquier discurso sobre avances en seguridad. Sus títulos universitarios y cargos importantes no impidieron que ese rancho se convirtiera en una máquina de desaparición.
Entonces, frente a este crematorio clandestino, vuelvo a preguntar: ¿qué pasó con el sentido común más elemental? El que nos provoca sentir indignación por las violencias. El que genera empatía por el otro. El que rechaza discursos de que todo va bien cuando hay vidas humanas reducidas a cenizas. En un país donde cada día aparecen nuevos horrores, hasta una exigencia tan importante como lo es la justicia para los desaparecidos se vuelve imposible de encontrar.