Más allá de la singularidad sobria de la casona con raíz del siglo XVI y el abolengo de su primer propietario, Luis de Castilla, primo de Juana de Zúñiga, segunda esposa del capitán general Hernán Cortés, hornacina al calce donde moraba el santo custodio de la familia y ubicación privilegiada como sitio emblemático del Barrio Universitario, la esquina de las calles del Relox y de los Donceles, hoy Argentina y Justo Sierra, remite a un eterno peregrinar de devotos de la lectura.
Y a veces tribuna de confrontación de teorías filosóficas, interpretaciones históricas o corrientes ideológicas.
Sin convocatoria ni formalidad al calce la tertulia bullía al ocaso de la tarde en torno del señorial mostrador centenario de 20 metros de largo de la librería de los Hermanos Porrúa en la segunda mitad de la década de los cuarenta del siglo pasado.
En el coctel cabían lo mismo los hermanos Caso, Alfonso, arqueólogo, y Antonio, filósofo, que el escritor y diplomático Genaro García y los exrectores de la Universidad Nacional Autónoma de México, Antonio Castro Leal y Manuel Gómez Morín; el historiador Joaquín Ramírez; y el crítico literario Alberto Vázquez del Mercado. El hilo conductor, el común denominador, lo ubicaba la pasión por la letra impresa.
Y la razón social Porrúa acumulaba un grueso expediente en la materia, por más que para entonces solo sobrevivía uno de los tres hermanos, migrantes de la región española de Asturias, que la habían forjado: José abrió la senda en 1886, transitándola más tarde Indalecio y finalmente Francisco. La regla era emigrar a los 13 años, lo que implicó abrir intervalos de dos para tomar turno.
La semilla la sembró en 1910 el segundo de los migrantes con la instalación de un bazar de muebles en la calle de San Pedro y San Pablo, en la que a manera de segundo imán se atendía la compra y venta de libros usados, con la novedad de que a veces, en tiempos difíciles, se negociaban bibliotecas enteras.
La conjunción de capitales y la creciente demanda apuntó a negociar la renta de la planta baja de la que se volvería sede centenaria de una razón social entrañable. La mansión entonces la ocupaba la familia Solórzano Sánz. El letrero anunciaba la Librería Porrúa Hermanos, uno de cuyos primeros éxitos de venta fue una Guía de la Ciudad de México impresa en España.
Editorial
Y aunque la casa no se planteó como editorial, en 1914 se imprimió una Antología de Poesía Lírica Mexicana en cuya selección participaron personajes como Antonio Castro Leal, Alberto Vázquez del Mercado y Manuel Toussaint.
La actividad se volvería crónica en 1944 al nacimiento de la Editorial Porrúa, cuyo emblema se volvería clásico: la cabeza de un caballero águila azteca diseñada por Saturnino Herrán, en cuyo preámbulo había nacido una extensa colección jurídica, además de la pauta para otra tradición, el Boletín Bibliográfico Mexicano, reseñas al calce de novedades propias o ajenas, con antecedente en la Bibliografía, viva desde 1908.
La semilla germinaría en la rica cosecha de la Biblioteca Porrúa de Escritores Mexicanos, de Arte, Juvenil, y desde 1951 la célebre “Sepan cuantos…”, y con epicentro en el maestro Alfonso Reyes y la mano docta del bibliógrafo Felipe Teixidor, el nahuatlato Ángel María Garibay Kintana, nacería el Diccionario Porrúa de Historia, Biografía y Geografía de México.
Lo mismo se han producido en el extenso abanico bellas reediciones del imprescindible México a través de los siglos, que recopilado en tomos parte de la genial historieta de Gabriel Vargas, La familia Burrón.
El sello extendería sus ramas más allá del tronco familiar. Así, al abandonar la sociedad con sus hermanos, José adquiriría la Librería Robredo, fundada por otro de los pioneros de la marca, Pedro Robredo, uno de los puntos referenciales del viejo barrio universitario, poemas y canciones al calce.
Montañas de libros.