¿POR QUÉ A LOS GOBIERNOS LES ENCANTA CREAR ENEMIGOS?

“Discursos de odio, polarización extrema y demonización del adversario”.

Ignacio Anaya
Columnas
PALESTINA GOBIERNO

¿Los gobiernos se inventan enemigos imaginarios? Ciertamente es una pregunta sin una respuesta sencilla. No es raro que haya casos donde el Estado utilice la figura de “enemigos” de manera retórica o propagandística, sin que necesariamente representen una amenaza real o inminente para el país. Aunque cada caso y periodo tiene sus particularidades, es una táctica política bastante común a lo largo de la historia.

Es innegable que en ciertas circunstancias, especialmente en momentos de verdaderas crisis o amenazas, la unidad frente a un adversario puede ser importante para la supervivencia y el bienestar de una sociedad. Sin embargo, el problema surge cuando esta lógica se convierte en la base permanente de la acción política, incluso en ausencia de peligros inminentes.

Cuando los líderes abusan de la retórica del enemigo, ya sea exagerando su importancia o incluso inventándolo por completo, las consecuencias pueden ser muy peligrosas donde están en juego la vida y la muerte.

En primer lugar, se genera una visión distorsionada de la realidad, donde las complejidades de los conflictos son sustituidas por una división maniquea entre “nosotros” (buenos) y “ellos” (malos). Esto no solo se queda en el ámbito del presente: la escritura de la historia también se ve afectada por dicha dicotomía.

Las historias nacionales suelen sufrir de tal retórica. Esto no solo empobrece el debate público, sino que también puede justificar medidas extremas o antidemocráticas en nombre de la seguridad.

En segundo lugar, la constante invocación de enemigos, o categorizar a un grupo como tal, se emplea para desviar la atención de los problemas internos y evadir responsabilidades. Es una estrategia para evitar los desafíos reales y la tediosa labor, para ellos, de rendir cuentas por sus acciones. Es más fácil culpar a “otros” por todos los males, sean estos opositores políticos, minorías étnicas, países vecinos o cualquier chivo expiatorio conveniente.

Escepticismo

Pero quizás el efecto más profundo de la lógica amigo-enemigo es que erosiona los fundamentos mismos de la convivencia democrática y humana. Al hacer de la política un campo de batalla involuntaria e inventada entre bandos que son imaginados irreconciliables, se pierde la posibilidad de diálogo, negociación y construcción de consensos.

La disidencia se vuelve sospechosa, la crítica se equipara a traición (enemigos del pueblo) y el espacio para la diversidad se reduce. En casos extremos esta polarización puede incluso desembocar en violencia y conflictos armados… incluso en un genocidio.

Construir una política más allá de la lógica amigo-enemigo suena bien en teoría, pero ¿es realmente posible en la práctica? Mirando la realidad actual es difícil no sentir cierto escepticismo.

Los discursos de odio, la polarización extrema y la demonización del adversario parecen ser la norma en muchos países, incluso en aquellos que se consideran democráticos. México para nada es, ni ha sido, la excepción.

Además, incluso si quisiéramos cambiar las cosas, ¿por dónde empezar? Las estructuras de poder, los intereses creados y el dominio del sistema resultan tan abrumadores que cualquier intento de transformación parece condenado al fracaso. Quizá lo más realista sea simplemente aceptar que la política es un juego sucio.