La Iglesia (así, sin adjetivos) es la institución más antigua de la historia. Si Jesús de Nazaret nació entre el año 6 y el 4 antes de nuestra era, como hoy calculan los historiadores, y fue crucificado a los 33, podemos suponer que empezó a existir entre hace mil 996 y mil 998 años.
El término surge del griego ekklesía, retomado en latín como ecclesia y que significa “asamblea”. La iglesia, efectivamente, no era otra cosa que las reuniones de las primeras comunidades cristianas. Muchas empezaron a reconocer el liderazgo de uno de los apóstoles, Simón, hijo de Jonás, a quien Jesús le comunicó según san Mateo (16:18): “Ahora yo te digo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y el poder del infierno no la derrotará”.
La Iglesia católica (que significa “universal”) considera a Pedro como el primer obispo de Roma y por lo tanto Papa, jefe supremo de la Iglesia, aunque ningún libro del Nuevo Testamento registra su supuesto traslado a esa ciudad.
Mucho ha cambiado la Iglesia católica en casi dos mil años. Las primeras comunidades de cristianos que se reunían en pequeñas asambleas han quedado atrás. La Iglesia católica ha tenido varias escisiones, como la de la Iglesia ortodoxa con el cisma de Oriente de 1054 o la de las iglesias protestantes tras la reforma luterana del siglo XVI, pero sigue siendo, con mil 406 millones de fieles en 2023, la principal Iglesia cristiana y la segunda denominación religiosa del mundo, después del islamismo sunní.
Responsabilidad
Una de las razones de la longevidad de la Iglesia es su mando único. Es verdad que esta unidad ha sido objeto de muchos cuestionamientos, especialmente cuando ha habido pontífices más preocupados por sus intereses personales o los de sus familias, como Alejandro VI, el Papa Borgia, pero también ha evitado las constantes divisiones que otras iglesias han sufrido.
Hasta Francisco, fallecido este lunes de Pascua, 20 de abril, ha habido 266 papas en la cronología oficial de la Iglesia católica. Cada uno ha llegado a esta responsabilidad con ideas distintas, pero usualmente los nuevos pontífices tratan de respetar las decisiones fundamentales de sus predecesores. Un instrumento para lograrlo es el dogma de la infalibilidad del Papa cuando hace declaraciones excathedra, en su calidad de pastor supremo. Lo curioso es que este dogma apenas se estableció en 1870.
El respeto a las decisiones anteriores hace que los cambios sean graduales. Por eso el Papa Francisco, un reformista de corazón, permitió a los sacerdotes bendecir uniones de personas del mismo sexo, pero no unirlas en el sacramento del matrimonio, o nombró a mujeres en importantes posiciones en el Vaticano, sin permitir que se les ordene como sacerdotes.
Hoy el mundo está cambiando con rapidez inusitada y la Iglesia católica enfrenta presiones tanto de cambio como de conservación de las tradiciones. La principal responsabilidad del sucesor de Francisco será hacer reformas que permitan a los jóvenes permanecer en la Iglesia, pero no tan radicales que alejen a los mayores y a los tradicionalistas.
La Iglesia del siglo XXI es muy distinta de la que se estableció en Roma en el siglo I. Sin cambiar, la Iglesia habría desaparecido hace mucho tiempo. Pero con cambios más apresurados, quizá se hubiera fragmentado más.
Los dos mil años de historia de la Iglesia dejan muchas enseñanzas: una de ellas es que el cambio es necesario, pero no puede ser demasiado rápido ni dramático.