Al poder le ocurre como al nogal: no deja crecer nada bajo su sombra.
Antonio Gala
Encontré un estudio que comienza con una pregunta muy sencilla: ¿es moralmente correcto que alguien con una posición negociadora más fuerte consiga un mejor trato en una casa, unas vacaciones o un préstamo?
La mayoría de la gente probablemente respondería: definitivamente no. Sin embargo, el estudio realizado con más de tres mil personas en Estados Unidos sugiere que en la práctica tendemos a creer lo contrario.
En esta investigación publicada en la revista Journal of Experimental Psychology los expertos sostienen que en el mundo real este sesgo podría contribuir a crear y perpetuar la desigualdad.
Arthur Le Pargneux, de la Universidad de Warwick, y Fiery Cushman, de la Universidad de Harvard, crearon siete escenarios en los que dos personas se enfrentaron a una situación en la que una de ellas tenía que hacer algo desagradable que beneficiaría a ambas.
En cada caso, uno de los personajes tenía más en juego y, por tanto, menos poder de negociación. Por ejemplo: a Frank se le cayó accidentalmente su anillo de bodas a un pozo. A Sam se le cayó accidentalmente un reloj barato al mismo pozo. Para recuperar sus objetos uno de ellos tenía que bajar y mancharse de lodo mientras el otro detenía la cuerda. En este caso, Frank tiene menos poder de negociación y se encuentra en una posición más débil.
Como parte de ese primero de una serie de experimentos los participantes decidieron hasta qué punto sería moralmente apropiado que uno de los personajes le pidiera al otro que hiciera el trabajo. Por ejemplo, hasta qué punto sería moralmente aceptable que Frank le pidiera a Sam que bajara al pozo o viceversa.
En un segundo experimento los investigadores adoptaron un enfoque ligeramente distinto y preguntaron hasta qué punto sería moralmente inapropiado que cada uno de los personajes se negara a realizar la desagradable tarea. Los expertos descubrieron que tanto pedirle a la otra persona que realizara la acción como negarse explícitamente a hacerlo se consideraban moralmente más apropiados para el personaje con mayor poder de negociación.
Desigualdades
En el tercer experimento, con los mismos escenarios, el equipo descubrió que el grado de desequilibrio de poder entre dos personajes importaba mucho menos que el hecho de que existiera un desequilibrio. Por ejemplo, el hecho de que se dijera que a Frank se le había caído al pozo su pulsera, una cadena de oro que le había regalado su esposa o su anillo de bodas no afectaba a lo moralmente inapropiado que los participantes consideraban que fuera pedirle a Sam, a quien se le había caído un reloj barato, que fuera él quien agarrara la cuerda.
Los expertos luego pusieron a prueba otros escenarios diferentes donde uno de los personajes tenía más poder de negociación porque, si no conseguían ponerse de acuerdo sobre quién se encargaría de la tarea desagradable, tenían mejores alternativas.
En general, los resultados de estos estudios coinciden con lo que se conoce como visión “contractualista” del pensamiento moral. Según este punto de vista nuestras ideas sobre lo que concluiría un debate real sobre los méritos relativos de las distintas opciones guían nuestros acuerdos tácitos sobre lo que debería ocurrir y, al parecer, nuestras opiniones sobre la idoneidad moral de una determinada línea de acción.
Pero, como señalan los investigadores, esto podría conducir a algunos resultados indeseables. “Si al menos algunos de nuestros juicios morales son contractualistas y tendemos a ser más benévolos con las personas en mejor posición negociadora (que probablemente ya estén mejor) y moralmente más estrictos con las personas en peor posición (que probablemente ya estén peor), esto podría dar lugar a resultados injustos”.
Por tanto, su trabajo podría tener implicaciones para entender cómo se desarrollan y mantienen las desigualdades en la sociedad.
Y tú, ¿consideras que los que tienen poder deben tenerlo de manera perpetua?