ANTE LA PÉRDIDA DEL VALOR DEL ARTE

Juan Carlos del Valle
Columnas
IJuan Carlos del Valle, Low (Borderline), 2018, óleo sobre tela, 30 x 40 cm

Un estimado colega, tras haber concluido su exposición individual en un museo de la Ciudad de México, me comentó con humor aunque claramente desencantado: “mejor voy a poner un puesto de quesadillas”. Y es que es sabido por la mayoría de los artistas profesionales en México que ni una exposición –aun en una sede institucional o reconocida– ni una publicación ni una trayectoria de años, garantiza un mercado y la consecuente subsistencia de un artista.

Se ha vuelto común encontrar a varios artistas rematando su obra –o la de otros– en las redes sociales. Sin embargo, y tomando en cuenta que de por sí los materiales e insumos para hacer arte suelen ser muy costosos, ¿a qué clase de retorno pueden aspirar los artistas al vender su trabajo de esta manera? Otros participantes de la cadena productiva también padecen las consecuencias de esta precariedad: marqueros que han perdido a sus clientes frecuentes, tiendas de material artístico que han tenido que cerrar o transportistas que cobran lo mínimo indispensable por trasladar obras de un lugar a otro. Es decir, parece imposible hacer frente a los altos costos que conlleva la producción, transporte y digna presentación de una obra de arte cuando no existen condiciones que activen y nutran la economía artística.

Algo similar ocurre con las ventas de muchos artistas históricos. Basta revisar los registros de ventas públicas para sorprenderse con la manera en que la obra de grandes artistas, exponentes de la historia del arte nacional y de sobra legitimados por el canon, se ofrece en precios minúsculos para ni siquiera así, venderse. Por apenas un fragmento de lo que la gran mayoría de las personas gasta en comprar un celular inteligente, verdadero opio del pueblo, se puede adquirir una obra de arte significativa desde el punto de vista histórico, artístico o estético. Y sin embargo, no hay el más mínimo interés.

Se ha documentado la progresiva disminución de la asistencia del público a museos y otros espacios de exposición en nuestro país, tendencia agravada por los difíciles años de la pandemia aunque ya se venía anunciando desde antes. Para muchos artistas es sin duda desalentador encontrarse con instituciones que sistemáticamente le dan espacio y visibilidad a obras que ostentan y promueven una determinada agenda ideológica, a menudo escandalosas y provocadoras en sus formas y ante las cuales no se admite comentario o crítica alguna a riesgo de resultar políticamente incorrecto. Y si algún artista logra conquistar uno de los escasos espacios de exhibición –lo cual en sí mismo requiere mucho capital de tiempo, dinero, relaciones sociales y energía– es para encontrarse con gestiones mediocres, un bajísimo índice de asistencia y ninguna consecuencia relevante. Es por todo lo anterior que cabe cuestionarse si el arte en nuestros tiempos, salvo en algunos casos excepcionales y para un grupo muy selecto, representa algún valor económico, simbólico o social.

Se está escribiendo el nuevo capítulo de nuestra era, caracterizado por el desdibujamiento de las normas que antes se daban por hecho; en el cual la practicidad, la eficiencia y las comodidades que ofrece la tecnología hacen que los artistas, y el ser humano en general, parezcan cada vez más obsoletos; en el que el consumo desmedido es el eje rector de la sociedad; en el que la educación y el arte han perdido aún más relevancia o bien la tienen en función de su capacidad de ser objetos de consumo o instrumentos de adoctrinamiento.

La sociedad actual vive tan rápido, tan absorbida por el estímulo incesante de la tecnología y tan distraída por las dinámicas de producción y consumo incesante, que es incapaz de detenerse a contemplar la belleza, a reflexionar sobre su propia existencia o a conectar con la dimensión de una obra artística. Muchos artistas luchan por la defensa de su libertad creativa y por su propia subsistencia y derechos básicos, respeto y dignidad. En este contexto de crisis es inevitable preguntarse si sigue siendo sostenible y pertinente la noción de arte como agente transformador y del artista como miembro productivo y valioso de la sociedad o si estamos ante un momento sin precedentes para la humanidad: la pérdida del valor del arte.