RAMÍREZ VÁZQUEZ

Sergio Pérezgrovas
Columnas
PERO RAMÍREZ VÁZQUEZ

La arquitectura no se puede captar con fotografías, no es un objeto; la arquitectura se vive, se habita, se usa.

Pedro Ramírez Vázquez

Pedro Ramírez Vázquez fue un arquitecto mexicano, además de urbanista, diseñador, escritor, editor, funcionario… y seguramente al leer este texto muchos me van a querer ahorcar; es más, estoy seguro que Xavier Guzmán (que es mi pariente y arquitecto hablará para reclamarme): yo digo que este señor era un fraude.

Y paso a explicar por qué. Nació en la Ciudad de México el 16 de abril de 1919; estudió la carrera de Arquitectura en la UNAM y fue profesor de Diseño y Planificación Urbana en la Facultad de Arquitectura en 1942.

Hasta ahí todo está bien. El problema es que, según yo, se adjudicaba proyectos como si él los hubiera diseñado y no tomaba en cuenta a la gente que lo ayudaba.

Voy a poner los ejemplos más representativos. En 1962, siendo presidente López Mateos, se mandó construir el Museo de Antropología e Historia. El diseño estuvo a cargo de su socio, Rafael Mijares, junto con Ricardo Robina y Jorge Campuzano. El plato central del famoso paraguas lo diseñaron ellos y lo trabajaron los hermanos Chávez Morado. O sea, él se colgó la medallita.

Con su socio (al que se dice que maltrataba y nunca le daba su lugar) Mijares en 1966 hicieron el proyecto del Estadio Azteca.

La nueva Basílica de Guadalupe fue diseñada por fray Gabriel Chávez de la Mora en 1976.

El Palacio Legislativo es de Jorge Campuzano y David Juárez.

En 1973 don Pedrito se adjudicó el diseño de la UAM Xochimilco, pero afirman algunos de sus colaboradores que fueron sus arquitectos quienes en realidad la hicieron.

La Casa de la Cultura de Tlalpan, en su fachada, era en realidad la Casa de las Bombas de la colonia Condesa y la realizó el arquitecto Alberto J. Pani, pero en 1975 se desmontó y fue llevada a Tlalpan, en la parte alta del bosque, pero el interior, que por cierto es horrible, se lo adjudicaron una vez más al ya famoso arquitecto Ramírez Vázquez.

La cosa no paró ahí. Él fue el encargado de las Olimpiadas de México ‘68 y el icónico logo con los aros olímpicos lo realizaron Lance Wyman y Eduardo Terrazas, así como toda la imagen de los juegos fue realizada por un grupo de diseñadores que contrató el buen Pedrito, con base en los patrones huicholes. Pero ¿quién creen que se quedó con los derechos y la autoría del logo?

La gente que lo conoció dice que era un gran conversador, simpático y con una gran inteligencia. Yo digo que es fácil determinar que él contrataba a los arquitectos, ya que porque sus diferentes obras son muy disímiles entre sí. Los arquitectos generalmente son fieles a sus principios arquitectónicos, van creando con el tiempo un estilo que se puede definir. Él hacía de chile, de dulce y de manteca. Una cosa es diseñar y otra construir, pero como tuvo el apoyo de varios presidentes y era simpático y vestía bien, pues es normal que la gente creyera en los proyectos. Hoy hay una pequeña muestra en el museo Soumaya, en Plaza Loreto, de varias de las obras. Y aunque ahí se reconoce a otros arquitectos, se puede ver gráficamente con planos lo que afirmo, además de algunos adagios de las olimpiadas, así como sillas y otros objetos pertenecientes al arquitecto. Para los nuevos arquitectos es una muestra representativa de su quehacer. Y es que para mí el diseño lo es todo. En fin, así las cosas en nuestro querido México.

Un roto

En la comisaría había un dizque diseñador que servía para maldita cosa. Era un entenado de algún funcionario público y no lo podían correr. La jefa de Tristán no sabía qué hacer, hasta que a Tris se le ocurrió una manera de desenmascararlo.

Habló con su superiora y le sugirió que le pidiera un diseño de la demarcación, que previamente había realizado Eduardo Terrazas y que estaba registrado en derechos de autor. Tris dejó caer junto al escritorio del joven unos bocetos sin firmar. La jefa le dio al sujeto una semana de plazo para terminar el encargo. Lo que el incauto no sabía es que pusieron una cámara escondida, donde se veía claramente que recogía los bocetos y los calcaba con su equipo de digitalización.

Cuando los presentó, la jefa soltó una pequeña risita. Lo tenían en la mira; ahora no podría decir nada. Siempre hay una manera de deshacerse de los tramposos. Como dicen en mí pueblo: “Siempre hay un roto para un descosido”.