Los muertos no mueren, solo cambian de piel y siguen viviendo con nosotros.
Anónimo
Hace muchos años, en plena época virreinal, se tenía la costumbre de enterrar a los muertos dentro de los templos católicos, pues se pensaba que sería mejor a la hora del juicio final.
Por supuesto que los que tenían más dinero eran los que estaban más cerca del altar. A los más pobres muchas veces los enterraban en la entrada de la Iglesia o en el jardín. O sea que entre más pobre más lejos de Dios.
En el altar mayor de la iglesia de San Fernando están los cuerpos de los virreyes Matías de Gálvez y Gallardo y Bernardo de Gálvez, padre e hijo. Ellos fueron los que ordenaron la construcción del Castillo de Chapultepec.
Al poco tiempo, cuando se llenaron los espacios, comenzaron a enterrar a los muertos en los muros de las iglesias debajo del suelo, por lo que muchas veces el mal olor inundaba el recinto. Era una costumbre muy arraigada en el pueblo mexicano.
Fue a finales del siglo XVIII que el arzobispo de México, Alonso Nuñez de Haro y Peralta, pidió que dejaran de hacerlo para evitar contagios y que de ahí en adelante se buscaran lugares alejados de las poblaciones para que los cuerpos no causaran problemas dadas las infecciones y la peste que en esas épocas existían.
El primer cementerio que se usó fue el de Santa Paula y fue abierto para la epidemia de la viruela en el antiguo atrio de Santa María la Redonda. Fue el panteón civil más grande de la Ciudad de México hasta que fue cerrado en 1971. Hoy ahí se encuentra el Metro Garibaldi.
Los misioneros de Guadalupe fueron los encargados del Colegio Apostólico de San Fernando. Comenzaron a utilizar el atrio de la iglesia, el que está frente a la puerta. Este cementerio lo usaron durante aproximadamente medio siglo; las tumbas que ahí se encuentran no tienen nombre ni fecha; se dice que los únicos que podían usar el espacio eran los frailes fernandinos.
En 1832 se comenzó la construcción del Panteón de San Fernando, que era para esos tiempos el más caro de la ciudad, pero en 1833 Antonio López de Santa Anna, por medio de un decreto, estableció que todos los panteones debían ser abiertos al público, ya que había en la ciudad una epidemia de cólera. Con el tiempo los precios fueron subiendo y así una vez más los usureros y clasistas de la Iglesia ganaron prestigio; solo los más ricos podían hacer uso de este lugar.
Para 1850 otra epidemia de cólera azotó la ciudad, así que el panteón se vio con un incremento de muertos y sobre todo de precios. Fue Benito Juárez quien sacó las Leyes de Reforma y con ello la secularización de los cementerios el 31 de marzo de 1859, pero esta ley se pudo llevar a cabo hasta un año después, cuando finalizó la Guerra de Reforma. Lo chistoso es que al principio Juárez fue enterrado ahí. Se dice que su acérrimo enemigo, Tomás Mejía, muerto en el Cerro de las Campanas, fue enterrado también ahí; el sepelio lo pagó el propio Juárez, porque la viuda del general Mejía no tenía con qué costearlo y tuvo a su marido en su sala petrificado durante varios meses.
Cuando Juárez murió lo enterraron junto a la tumba de Tomás. El mausoleo de Juárez es el más icónico del panteón, con 16 columnas y rodeado de una reja de metal. En su puerta se alcanzan a ver las iniciales BJ. En el interior hay una escultura del presidente apoyado en el regazo de la madre patria.
San Fernando fue el primer Panteón de Hombres Ilustres; ahí se encuentran Melchor Ocampo, Miguel Lerdo de Tejada, Ignacio Comonfort e Ignacio Zaragoza.
El mausoleo fue cerrado en 1872 por órdenes del propio Juárez y fue abierto para el entierro del propio presidente muerto ese mismo año. En 2006 se convirtió el mausoleo en un museo de sitio bajo la protección de la Secretaría de Cultura del Distrito Federal; en 2017 cerró sus puertas por los daños que el sismo causó al inmueble. Se espera su próxima apertura.
San Fernando
Tris llevó a Lorenza al panteón de San Fernando, pero no pudieron entrar porque estaba cerrado.
—¿Pa’ qué me traes a lugares donde no podemos entrar? Ahora por eso me tienes que invitar un helado en Chiandoni. Y que sea de café, ¿entendiste?
Tris, sin chistar, la llevó por su helado.
Fe de erratas En la entrega pasada afirmé (a lo pendejo) que el Gabo tuvo tres hijos con Mercedes Barcha. Se me fue: el escritor sí tuvo tres hijos, pero Indira fue un palomazo con la mexicana Susana Cato, periodista y cineasta. A Mercedes nunca le dijeron que su marido estuvo de caliente. Una profunda disculpa.