En 1939 la España republicana se quedó esperando que la rescataran los países occidentales de la agresión fascista italiana, alemana y de las fuerzas reaccionarias internas. Manuel Azaña no logró el apoyo pleno de Inglaterra, ni de Estados Unidos, ni siquiera de Francia, que estaba más cerca.
Las democracias liberales de su época no se interesaron en la sobrevivencia de la España republicana y prefirieron que las potencias del Eje se apropiaran de un país periférico como ese.
Los españoles llevaban años esperando los refuerzos o armas de Occidente. Esa ayuda nunca llegó y su sorpresa fue tan grande como la devastación de su país después de años en guerra civil.
En 1956 les pasó lo mismo a los húngaros y en 1968 a los checoeslovacos durante la invasión de los soviéticos. Los habitantes de Budapest y de Praga esperaban que Occidente reaccionase en apoyo de ellos contra las fuerzas de la dictadura totalitaria y expansionista moscovita. No obstante, esa ayuda nunca llegó.
Es el problema de la fe en la salvación. Cuando un país confía o espera que lo rescate otro, quiere decir que no tiene la capacidad de defenderse a sí mismo.
No habrá héroes
Dicen los ilusos que en el último minuto Estados Unidos con todo y Donald Trump (no se ría), Francia, Inglaterra o Alemania acudirán al rescate de Ucrania. O si no todos esos países, al menos una combinación de estos.
El realismo político no es el fuerte de nuestros analistas. Trump y Vladimir Putin ya se arreglaron sobre Ucrania al estilo tradicional de las esferas de influencia que se acostumbraba históricamente entre las grandes potencias: a ninguno de los dos gobernantes les importa el destino del pueblo ucraniano sino simplemente un equilibrio de poder entre ellos. Y el único actor internacional que podría influir para modificar el arreglo entre Rusia y Estados Unidos es China.
No obstante, China ha hecho muy pocos pronunciamientos públicos en torno de Ucrania, pues la realidad es que se ha preocupado por apuntalar y proteger a Rusia de las sanciones financieras occidentales a grado tal, que algunos especialistas ya hablan de la dependencia y vasallaje ruso respecto de China. Pero eso es harina de otro costal. Para efectos de este análisis, lo importante es que China es un aliado de facto, si no es que incluso un promotor de la invasión rusa a Ucrania.
Y es que para China lo que suceda en Ucrania puede ser un pequeño laboratorio experimental de lo que sucedería en caso de que los chinos invadieran Taiwán. ¿Cuál sería la respuesta de Occidente y en particular de Estados Unidos ante semejante agresión? ¿Habría coordinación militar entre Estados Unidos y las tres potencias europeas que importan militarmente (Francia, Inglaterra y Alemania)? ¿O bien se haría patente la división que estamos viendo al interior de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y de la Unión Europea respecto de Ucrania?
Hemos entrado nuevamente a una era de realismo político descarnado como lo entendían Hans Morgenthau, Kissinger, Hobbes o Tucídides. Más nos vale entender que no habrá héroes, sino únicamente potencias peleando por sus propios intereses.
Que no haya ilusos para que no haya desilusionados, como dice un refrán político mexicano.