Por unas cuantas semanas más estará en cartelera en la Ciudad de México la obra Novecento, inspirada en el libro del escritor italiano Alessandro Baricco. Puede parecer extraño que hablemos de eso en este espacio, pero se trata de una experiencia teatral inolvidable que conecta bien con el cambio de época que estamos viviendo.
La historia es conocida. Un bebé es abandonado en un lujoso transatlántico. Criado por la tripulación, es bautizado con el nombre de Novecento, pues nació al iniciar el nuevo siglo (1900).
Ahí Novecento se convierte en un pianista de renombre internacional, pues pasajeros de todo el planeta suben al barco en medio de las borrascas de la primera mitad del siglo XX para aliviar su ansiedad ante los acontecimientos que cambiaron a la humanidad.
La Primera Guerra Mundial, la crisis financiera del 29 y la Segunda Guerra Mundial inciden sobre la trayectoria del barco Virginian, pero la gente acude a escuchar las magistrales interpretaciones al piano de Novecento. Tanto es así, que su fama inspira la rivalidad de Jelly Roll Morton, el inventor del jazz, quien reta a Novecento a un duelo musical para descubrir quién es el mejor artista en el género. No le vendo más trama para que acuda a ver el espectáculo.
Respirar y recordar
Es asombroso lo que consiguen los artistas en escena con recursos tan limitados. Una escenografía aparentemente pobre hace que el espectador de verdad se sienta trepado en un barco y que acompaña a los pasajeros en sus aventuras. Con efectos de sonidos, luces y sombras, los actores consiguen sumergir al auditorio en todo tipo de sensaciones audiovisuales.
Hay canto, baile, música y actuación de primera con el narrador Juan Ignacio Aranda, quien definitivamente se lleva las palmas. Por ahí vemos a la versátil y siempre sensual Majo Medellín haciendo gala de todos sus talentos histriónicos y transformándose en una sorprendente cantidad de personajes con innumerables cambios de vestuario.
En suma, un acontecimiento del mundo teatral mexicano que le servirá para respirar y recordar las cuestiones verdaderamente valiosas de la vida en medio de las turbulencias nacionales e internacionales que estamos viviendo.
La obra supone un recordatorio valiosísimo de que las vivencias estéticas hacen que la existencia humana valga la pena y levantan al hombre de la miseria de las mezquindades cotidianas. Teatro como debe ser, donde lo importante no es el costo de la producción sino la calidad de los artistas en escena, de la talla de Rodrigo Reséndiz y Ata, capaces de recordarle al espectador por qué la civilización occidental nació con los dramaturgos autores de tragedias en la Grecia clásica.
Si a usted le gusta el teatro esta obra le fascinará. Si usted no es muy aficionado al teatro, esta obra despertará en usted el apetito por seguir disfrutando los escenarios el resto de su vida.
No hay otra experiencia comparable actualmente en cartelera. Luche por verla en el Foro Shakespeare los miércoles a las 20:30 horas. El amor fraternal, la amistad, la alegría de escuchar melodías bien interpretadas colmarán su anhelo estético y le permitirán detenerse a reflexionar sobre cómo la vida merece vivirse a pesar de todo lo que está sucediendo en el mundo.