¡NUNCA FALTA UN ESTÚPIDO!

Juan Pablo Delgado
Columnas
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Si ustedes han leído mis columnas en esta prestigiosa revista sabrán que no soy ningún amigo del dictador en potencia llamado Donald Trump. Sin embargo, tampoco le deseo la muerte al pelado, como estuvo a punto de suceder en el ahora mítico rally de Pensilvania.

Este potencial magnicidio me obliga a rescatar las reflexiones que realizó el historiador italiano Carlo M. Cipolla en su magnífico texto titulado Las Leyes fundamentales de la estupidez humana.

Porque no se confundan: un intento de asesinato (¡y fallido, para acabarla de fregar!) solo puede ser obra de un rotundo y reverendo estúpido.

Repasemos rápidamente las “cinco leyes” de la estupidez que propone Cipolla para ver cómo aplican para nuestra vida en general y para el atentado contra Trump; con la aclaración de que tendré que sintetizar enormemente sus ideas para que puedan caber en este breve espacio. ¡Adelante!

Primera ley fundamental “Siempre e inevitablemente cada uno de nosotros subestima el número de individuos estúpidos que circulan por el mundo”. Esta ley no requiere de gran explicación: piensa en el número de estúpidos que crees que existen en tu familia, en tu empresa, en tu ciudad, en tu país y en el mundo entero… y ten por seguro que estarás equivocado, pues “cualquier estimación numérica resultaría ser una subestimación”, apunta Cipolla.

Segunda ley fundamental “La probabilidad de que una persona determinada sea estúpida es independiente de cualquier otra característica de la misma persona”. Dicho de otra manera, no importa la religión, raza, sexo, edad, lugar de nacimiento o incluso nivel de educación: la madre naturaleza ha repartido de manera equitativa la estupidez. O como indica Cipolla, “la estupidez humana es una prerrogativa indiscriminada de todos y de cualquier grupo humano, y tal prerrogativa está uniformemente distribuida”.

Constante alerta

Tercera ley fundamental (ley de oro) “Una persona estúpida es una persona que causa un daño a otra persona o grupo de personas sin obtener, al mismo tiempo, un provecho para sí misma, o incluso obteniendo un perjuicio”. Aquí encontramos una conexión clave con el estúpido tirador que intentó asesinar a Trump. Porque como subraya Cipolla en su texto la principal característica de los estúpidos es que son criaturas a las que “en los momentos más impensables e inconvenientes se les ocurre causarnos daños, frustraciones y dificultades, sin que en ello vaya a ganar absolutamente nada con sus acciones”. En este caso, el estúpido asesino en potencia no solo causó una enorme turbulencia política para Estados Unidos; también causó un torbellino innecesario de temor y caos en el mundo entero… y para acabarla de fregar, el estúpido terminó perdiendo su propia vida.

Cuarta ley fundamental “Las personas no estúpidas subestiman siempre el potencial nocivo de las personas estúpidas”. Sobre esta ley fundamental Cipolla explica que al momento de encontrarse frente a un estúpido las personas racionales tienden a subestimarlo o incluso a despreciarlo, cuando la reacción inteligente es preparar las defensas para contrarrestar el efecto de sus acciones. Esta preparación es importantísima, porque debido a que el comportamiento del estúpido es siempre errático “no se pueden prever todas sus acciones y reacciones, y muy pronto uno se verá arruinado o destruido por sus imprevisibles acciones”. Esto nuevamente aplica mejor para el tirador fracasado: sabiendo que era un estúpido, ¿por qué nadie tomó las acciones necesarias para detenerlo a tiempo?

Quinta y última ley fundamental “La persona estúpida es el tipo de persona más peligrosa que existe”. ¡Nada más cierto! Y a esta máxima podemos aplicarle un corolario: “Una persona estúpida es más peligrosa que una persona malvada”.

Ahora que tienen esta información, solo me queda decirles que es responsabilidad de todos nosotros (los inteligentes y racionales) mantenernos en constante alerta. Porque solo la detección, la previsión y la toma de acciones preventivas puede salvarnos de ser la próxima víctima de un estúpido errante.

¡Sobre aviso no hay engaño, raza!