Desde los más antiguos relatos hasta las guerras y conflictos armados en curso, los desplazamientos masivos de seres humanos, por diversas razones, dejan en evidencia una de las principales características que al mismo tiempo que han significado sincretismo y enriquecimiento cultural también han dejado en evidencia una de las peores actitudes colectivas, como son, sobre todo, el racismo y la xenofobia.
El origen mismo de la cultura e imperio aztecas se fundamenta en el pasaje mítico del águila devorando una serpiente en un nopal. Ni qué decir de la migración de los calvinistas europeos, que darían origen a lo que hoy es Estados Unidos.
Para referirnos a la dispersión de la especie humana por el mundo, ahí están los sorprendentes resultados de las investigaciones de arqueólogos y antropólogos a propósito de los restos de antropoides que salieron desde el sur de África para esparcirse por el planeta, empezando por Europa.
Mucho más reciente son las documentadas migraciones hacia y desde el Imperio Romano para dar paso a auténticas mezclas religiosas e incluso gastronómicas.
Buscar mejores condiciones de vida es el principal argumento desde entonces.
Tenemos también el origen mismo de lo que hoy es Israel, donde una muy buena parte de su población original y actual también es producto de un intenso flujo de seres humanos para constituirle hoy día como sociedad en desarrollo.
China cuenta igualmente con ejemplos históricos, como la presencia en la provincia de Sinkiang de la etnia uigur, perteneciente a una de las ramas musulmanas-asiáticas, identificadas con el culto a Mahoma y al Islám.
Y podríamos ver una muy larga lista de ejemplos y efectos de la naturaleza migratoria del ser humano desde los tiempos más remotos hasta la actualidad.
Estados Unidos
El continente americano, por sus características geográficas, ofrece un panorama muy interesante y a la vez complejo en las dinámicas migratorias contemporáneas. Es una gigantesca isla sin contacto terrestre con el resto de los continentes, lo que desde luego provoca que haya una serie de procesos internos en cuanto a la búsqueda de mejores condiciones de vida de millones de seres humanos dentro de un mismo conjunto de países. Así, los desplazamientos desde Bolivia hacia Argentina, de Venezuela a Colombia, de países centroamericanos a México, de México a Estados Unidos, entre los más destacados, ilustran que —al margen de las ideologías de los distintos gobiernos— la migración no se va a poder frenar y menos detener.
Los mismos antecedentes migratorios alemanes de los abuelos paternos de Trump lo ilustran. O bien la familia de origen cubano de quien será el próximo jefe del Departamento de Estado, Marco Rubio. Incluso la familia de Pete Hegseth, propuesto para ser jefe del Departamento de Defensa, es de origen noruego, tanto paterna como materna.
Sin duda, si una sociedad puede dar fiel testimonio de la naturaleza migratoria en la formación de una nación, es la de Estados Unidos.
Por eso es muy importante analizar las posturas del nuevo presidente de ese país (considerando que es su segundo periodo) por lo que se refiere a la severa contradicción entre los argumentos xenófobos de su parte —sobre todo los orientados contra los hispanoamericanos y específicamente a la migración mexicana— y la innegable contribución de los migrantes al desarrollo de esa nación. Porque si se trata de hablar de destrucción de civilizaciones como producto de la llegada de millones de personas procedentes de otras latitudes, con asesinatos, despojos, enfermedades desconocidas y otros aspectos profundamente destructivos, ahí tenemos el casi exterminio de las etnias indígenas a la llegada masiva de los europeos a partir de mediados del siglo XVII a lo que hoy se conoce como Estados Unidos.
La intención del presidente Trump de parar la migración de los países del sur del continente hacia Estados Unidos no solo va contra las reglas humanitarias, sino contra la naturaleza de la especie humana. Sí, puede ser el líder político con más poder en el mundo, pero para lograr ese objetivo no le va a alcanzar.