Dicen que el que avisa no es traidor. Pero por alguna razón el gobierno mexicano confía en que Donald Trump moderará su amenaza arancelaria contra México. Sin embargo, es expectativa: más que una estrategia, parece un acto de fe. La realidad es que los aranceles han dejado de ser solo una herramienta comercial para convertirse en un mecanismo de presión política.
Ya lo vimos en el pasado con México y recientemente con Colombia. Trump ha encontrado en las tarifas un arma efectiva para forzar concesiones en otras áreas, como migración, y no hay razón para pensar que dejará de usarla.
Trump quiere que todo el mundo sepa que está tomando medidas enérgicas contra la inmigración y el costo para conseguirlo pasa por los aranceles.
Aun si el gobierno mexicano lograra que este 1 de febrero el gobierno de Estados Unidos no imponga aranceles de 25% a los productos mexicanos, el problema de fondo no desaparecerá. México debe asumir que los aranceles serán una sombra constante en la relación bilateral y diseñar una estrategia de largo plazo que le permita operar bajo esta nueva realidad.
El proteccionismo de Trump no es una anomalía pasajera, sino parte de un giro estructural en la política económica de Estados Unidos. Su electorado ha sido convencido de que el comercio internacional es el culpable de la pérdida de empleos y cualquier medida que parezca castigar a otros países para “proteger” a los trabajadores estadunidenses tiene una fuerte base política.
Si México sigue actuando solo a la defensiva se convertirá en un blanco recurrente de las presiones de Washington. Para evitarlo, necesita cambiar la narrativa y hacer ver a Estados Unidos que su verdadero rival estratégico no está al sur, sino al otro lado del Pacífico.
Sector privado
La reciente victoria de la empresa china DeepSeek en la carrera por la Inteligencia Artificial (IA) es solo un recordatorio de la competencia tecnológica y comercial que realmente debería preocupar a Estados Unidos. Washington está obsesionado con frenar la migración y renegociar tratados comerciales, pero mientras tanto China avanza en sectores clave como semiconductores, baterías y energía renovable. En ese contexto, México tiene la oportunidad de posicionarse como un socio confiable en la manufactura avanzada y la relocalización de empresas.
Sin embargo, para que México se beneficie de esta rivalidad geopolítica necesita una política industrial clara y un esfuerzo diplomático mucho más sofisticado. No basta con esperar que Estados Unidos lo vea como un aliado natural; debe construir una interlocución efectiva con actores clave en Washington y el sector privado estadunidense.
Si México no quiere vivir en una permanente incertidumbre económica, necesita un enfoque más ambicioso. La prioridad debe ser evitar que los aranceles se conviertan en un arma recurrente contra la economía mexicana. Para ello necesita alinear sus intereses con los de los sectores estratégicos en Estados Unidos que dependen del comercio con México y que pueden influir en la toma de decisiones en Washington.
El gobierno de la presidenta Claudia Sheinbaum enfrenta su primera gran prueba en política exterior. Si la supera con una negociación de corto plazo, pero sin modificar la relación estructural con Estados Unidos, la amenaza de los aranceles solo quedará en pausa y será reactivada cada vez que Trump quiera algo. Esto sin tomar en cuenta que en cualquier momento puede utilizarla también para adelantar la revisión del TMEC.
Pero si entiende que la clave está en cambiar la narrativa y posicionar a México como un socio indispensable en la competencia global con China, puede marcar una diferencia real para hacerle frente al huracán Trump.