¿Qué tanto el mundo puede seguir manteniendo su apertura en un momento en el que Donald Trump, un abierto proteccionista y nacionalista, es presidente de la primera potencia? Esta es quizá la pregunta más importante que se manejó en el Foro Económico Mundial 2025.
En el discurso, todo el mundo sigue rindiendo homenaje a la libertad de comercio y muchos defienden también la libertad de movimiento de personas. O más bien, casi todo el mundo. La gran excepción es Trump y algunos de quienes se encuentran a su alrededor. El nuevo presidente de Estados Unidos ha defendido el proteccionismo comercial y sobre todo el de personas. Su promoción de los aranceles como un arma de política económica, de la deportación de inmigrantes indocumentados y del cierre de las fronteras a nuevos migrantes ilegales es muy conocida.
Lo curioso es que muchos de los especialistas que tendrán que administrar las medidas que ordene el presidente conocen los resultados adversos que generarían. Una caída en el comercio internacional como consecuencia de los aranceles podría generar una nueva recesión, echando a perder el impulso al crecimiento que puede surgir de la reducción de impuestos que Trump ha prometido. Quizá pueda provocar una gran depresión, como la que en los treinta del siglo pasado produjo un alza similar de aranceles en Estados Unidos por la Ley Smoot-Hawley de 1930.
La aplicación de aranceles a países como México y Canadá, que tienen un tratado comercial con Estados Unidos, sería ilegal. No sería el caso de las deportaciones de migrantes indocumentados o del cierre de fronteras a los nuevos migrantes ilegales. La Unión Americana tiene derecho, por supuesto, a aplicar sus leyes. Pero si realmente Trump lograra expulsar a los once millones de indocumentados en el país o frenar el ingreso de nuevos migrantes la consecuencia sería una severa falta de mano de obra en su país que podría provocar inflación y una fuerte recesión. Del lado positivo, Trump ha prometido abrir las puertas a nuevos migrantes, pero legales, lo cual traería enormes beneficios en el largo plazo si la apertura fuera realmente significativa. El problema es que para eso hay que reformar una amplia red de leyes obsoletas que han dificultado la migración legal y promovido la ilegal. Y esto tomaría tiempo.
Realidad
Hay, por supuesto, mucho de hipocresía en las posiciones de otros países y regiones del mundo.
En el Foro Económico Mundial de este año tanto la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, como el viceprimer ministro de China, Ding Xuexiang, defendieron el libre comercio. Pero Europa tiene barreras muy importantes a la importación de productos de muchos países, que se han vuelto especialmente severas contra los autos eléctricos chinos, en un intento por proteger a los fabricantes locales. China, a su vez, mantiene fuertes restricciones a las importaciones y las inversiones extranjeras, a pesar de que el gobierno ha prometido abrir su mercado ante el mundo.
Los políticos mexicanos siempre han sido proteccionistas en el discurso, pero desde la crisis económica de los ochenta entendieron la necesidad de mantener una economía abierta.
Si un gobierno quiere pensar “primero en los pobres” es importante que abra las fronteras y permita una mayor flexibilidad y competitividad de la economía.
Es fácil adoptar posiciones nacionalistas y decir que no necesitamos a nadie más, que nos basta comerciar con Cuba y Venezuela.
La realidad, sin embargo, es otra muy distinta.