MON DIEU!

Guillermo Deloya
Columnas
FRANCIA

Se dice que los grandes conflictos inician con un mero pretexto que acaba por incendiar el ánimo social. Así hemos tenido a la vista decenas de ocasiones donde la causa de grandes revueltas realmente se encuentra enmascarada entre problemas vetustos y rencillas añejas. Este parece ser el caso de lo que en días presentes acontece en Francia. Ahí, la muerte de Nahel, el adolescente que sucumbiera a manos de la policía, es un detonador eficiente para que ciertos sectores étnicos minoritarios tomaran la ruta de la protesta violenta para expresar descontentos que se acumulan con los días.

Emmanuel Macron tiene ante sí un polvorín que no se puede ya desactivar meramente con esquemas de represión y mantenimiento del orden público. Estamos ante un entramado complejo que muy probablemente data de varios años atrás: la repoblación acelerada de un país que ha alojado la multiculturalidad, aunada al trato preferencial para la atención de los problemas de seguridad social y salud, han sido notorias causas de un problema que hoy no encuentra freno alguno.

La emisión de leyes selectivamente represivas como lo es la ley en contra del terrorismo de 2017, ha permitido que el rencor social se encone y termine por ser pretexto para que distintas etnias se hayan vuelto un blanco predilecto para las detenciones de una policía predispuesta por estereotipos.

Y el conflicto actual no dista mucho de aquellos que ya han tocado la superficie en años pasados. Habrá que recordar ese 2005 donde incluso se llegó a declarar al país en un real estado de emergencia, motivado por las protestas que en la provincia francesa se extendieron por poco más de tres semanas.

Desde ahí el problema de la recomposición poblacional en las grandes urbes francesas no ha encontrado resolución contundente y el flujo migratorio no ha cesado. Por otra parte, no se ha procurado una integración armónica para aquellos que desde África, Asia, Oceanía y resto de Europa han hecho de Francia su nuevo hogar.

Migración acelerada

Tenemos que tomar en cuenta que tal repoblación de Francia está inmersa a su vez en una economía que ha apostado a la industrialización de las grandes urbes, sin que la economía derivada de la misma llegue a lograr una derrama positiva en los suburbios. Migración acelerada con hipermarginalización es una fórmula que peligrosamente ha creado núcleos de pobreza que no encuentran oportunidad ni puerta de entrada a un aparato productivo que, además, se mantiene receloso de la incorporación de aquellos no naturales de esas tierras. Con esta última aseveración, por igual vemos el asomo claro de un esquema de tolerado racismo étnico que ya llega a la predisposición y a la brutalidad policiaca.

La Defensoría de Derechos Humanos de aquel país hace pocos meses publicó un estudio sobre la composición de perfiles de detenidos por faltas menores durante los recientes cinco años. El resultado es revelador al mostrar que aquellos cuya cuna aparente o rasgos físicos corresponden a originarios de África o Asia son 20 veces más proclives a ser detenidos por la policía francesa.

No es extraño que la indignación en estas condiciones se magnifique y que hoy se convierta en una turba sin forma que solo busca saciarse con violencia. Este es uno de los núcleos del problema; no existe un frente identificado con demandas establecidas y por tanto el gobierno francés encuentra la enorme dificultad de no tener con quién hablar y saldar la problemática.

En lo que, sin embargo, el mismo gobierno ha sido omiso es precisamente en canalizar hacia una integración a aquellos que arriban al país en calidad de migrantes, además de procurar esquemas anti segregantes para aquellos que, ya nacidos en Francia, ahora cuentan con la plenitud de sus derechos.

Es así que Macron y el país galo escuchan a sus espaldas protestas enardecidas sobre racismo. Aquella separación tan lamentable que pone calidad a los ciudadanos está presente como nunca en la sensación de los franceses. Además, la comunidad internacional alza progresivamente la voz vinculando a este país con esa tradición colonialista que ahora se ha trasladado a su propio territorio. Una bomba de tiempo con consecuencias aún no calculadas que puede contaminar a gran parte de Europa.