EL MISTERIO DEL FARO ABANDONADO

Sergio Pérezgrovas
Columnas
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Faro abandonado

En este mundo matraca nadie de morir se escapa.

En una noche oscura y tormentosa el buen Tristán Carnales, conocido en el bajo mundo como Tris, el policía ojete, se encontraba en su despacho, rodeado de papeles y la penumbra de la ciudad. La lluvia golpeaba con fuerza las ventanas, pero su mente estaba alerta, esperando un nuevo caso que lo sacudiera de la monotonía. Fue entonces cuando sonó el teléfono, interrumpiendo el silencio.

Carnales, soy Clara, de Xochimilco. Necesitamos tu ayuda. Hay algo… algo en una de las islas que asusta a la gente. Se oyen gritos en la noche. Pensamos que a alguien lo están torturando, ven pronto —dijo con voz temblorosa.

Intrigado, Tristán tomó su impermeable, subió a su coche y se dirigió al lugar. A medida que se acercaba las nubes parecían más amenazadoras y el viento aullaba entre los árboles como un lamento olvidado. Los aldeanos lo recibieron con miradas preocupadas; todos hablaban de la vieja casona en la isla, una antigua construcción que había estado desactivada desde hacía años.

—Se dice que está maldita. La última tormenta hizo que la luz del interior se encendiera por sí sola, y desde entonces se oyen gritos de desesperación. Nadie se atreve a acercarse. Lo extraño es que no tiene corriente eléctrica desde hace mucho —susurró un anciano.

Tris, sin dejarse intimidar por las supersticiones, se dirigió a la construcción. La puerta chirrió al abrirse y un aire frío lo envolvió. El interior estaba cubierto de polvo y las escaleras de madera crujían bajo su peso. Cada paso resonaba como un eco de viejos recuerdos.

Al llegar a la cima, se asomó a la ventana. La tempestad arrojaba gotas furiosas contra el techo, pero lo que captó su atención fue un destello a la distancia. Sin pensarlo, encendió su linterna y salió al balcón. Allí la niebla parecía cobrar vida y los gritos se volvían más claros. Eran voces de angustia, pero no había nadie a la vista. Los lamentos eran profundos, sobre todo de hombres, pero la voz de una mujer sobresalía.

Trajinera La María

De pronto una figura apareció entre la bruma: una mujer vestida de blanco, su rostro pálido y su mirada perdida. Tristán sintió un escalofrío recorrer su espalda, pero mantuvo la calma. —¿Quién eres? —preguntó, intentando no dejarse llevar por el miedo.

La mujer levantó la mano, señalando hacia el canal.

—Los que se fueron… nunca regresaron —murmuró con voz quebrada. Tristán, intrigado, decidió seguirla. La figura se desvaneció en la neblina, pero algo dentro de él lo impulsó a continuar. Ella marcó el lugar exacto con sus dedos: era a mitad del canal en la parte más profunda.

Bajó cauteloso, encontró un viejo diario empapado, pero legible. Las páginas revelaban la historia de La María, una trajinera hundida que había desaparecido hace décadas. Sus tripulantes nunca fueron encontrados y las voces que atormentaban eran las de aquellos que buscaban justicia. En el interior del diario se veía una imagen de un pleito dentro de la embarcación, esta se empezó a mover hasta perderse en la oscuridad.

Decidido a dar fin a la leyenda de Xochimilco, Tristán regresó al embarcadero y reunió a los habitantes. Les contó sobre el diario y la verdad detrás de los gritos. Al amanecer, un grupo de pescadores se unió a él para buscar la trajinera y sus ocupantes. Tras horas de búsqueda hallaron los restos de La María en las profundidades.

Los lugareños, al conocer la historia, decidieron rendir homenaje a los perdidos. Desde entonces la casona volvió a ser un símbolo de esperanza en lugar de miedo, y las voces cesaron, al fin en paz.

Tristán Carnales, satisfecho, regresó a su despacho, sintiendo que, aunque había enfrentado lo desconocido, había traído luz donde había oscuridad.