Es duro fracasar, pero es todavía peor no haber intentado nunca triunfar.
Theodore Roosevelt
Me gusta compartir con frecuencia temas que nos inspiren, especialmente en estos tiempos de incertidumbre.
En una ocasión tuve la oportunidad de escuchar la conferencia que ofreció Brené Brown, una académica y escritora estadunidense que ha dedicado parte de su vida a la investigación de la vulnerabilidad y la vergüenza. Esta última, advierte, se relaciona con una emoción que impide a miles de personas superarse: el miedo al fracaso.
La especialista define la vergüenza como una epidemia de nuestra cultura de la que nadie quiere hablar, pero que se esconde detrás de diversas conductas que limitan el crecimiento humano. Vamos por partes.
Brown menciona una cita del expresidente de Estados Unidos, Theodore Roosevelt, que a continuación transcribo:
“No es el crítico el que cuenta, ni el que señala cómo tropezó el hombre fuerte o cuando el hacedor de los hechos podría haberlo hecho mejor. El reconocimiento pertenece al hombre que está realmente en la arena, cuyo rostro está desfigurado por el polvo y el sudor y la sangre, aquel que se esfuerza con valentía, que se equivoca y se queda corto una y otra vez, porque no hay esfuerzo sin error o deficiencia, aquel que sabe de grandes entusiasmos, de grandes devociones y se sacrifica por una causa digna, que quizá logra al final conocer el triunfo y que, en el peor de los casos, si fracasa, al menos lo hace por atreverse a mucho, de modo que su lugar nunca estará con aquellas almas frías y tímidas que no conocen ni la victoria ni la derrota”.
Estoy convencido de que de esto se trata la vida, de aventarse a la “arena”, estar preparado a recibir golpes y si te caes, levantarte y seguir peleando.
Pero mucha gente no se sube al ring, no se atreve a confrontar los retos de la vida por vergüenza o por el simple miedo al fracaso, que acecha como un fantasma que te dice que no eres lo suficientemente bueno, inteligente o talentoso cuando estás por entrar al ring: cuando estás por ganarte a un cliente, por cerrar un trato, por hacer esa presentación ante tu jefe.
Camino
Cuando esto sucede no hay crítico más implacable que nosotros mismos. Para muchos resulta cómodo no atreverse a enfrentar los desafíos hasta estar lo “suficientemente preparados, fortalecidos, protegidos”, pero eso nunca ocurre, porque no existe un momento ideal.
Entonces, en esta vida necesitamos ser audaces, osados, valientes. Hablando en términos de nuestros valores, es cuando debemos “ejecutar”, sin miedo al fracaso.
Resulta revelador que, de acuerdo a lo investigado por la doctora Brown, la vergüenza varía de acuerdo al género. En el caso de las mujeres la vergüenza es como una camisa de fuerza formada por una red de expectativas conflictivas e inalcanzables acerca del deber ser. Mientras que para los hombres se resume en el miedo a ser percibido como débil.
Pero en ambos casos el camino para salir de este conflicto es el mismo: entender cómo nos afecta en lo personal, en la forma en la que nos relacionamos con los demás y en nuestro ambiente laboral.
Brown plantea que se requieren tres elementos para que la vergüenza crezca: secreto, silencio y juicio. Ante ello, un primer paso y parte del antídoto para entender cómo nos afecta es la identificación mental y afectiva entre las personas (empatía).
Para llegar a esta identificación la vulnerabilidad —el otro hilo conductor de los estudios de Brown— juega un papel fundamental. Tras entrevistar a cientos de personas la investigadora concluye que hay un mito profundamente peligroso en torno a la vulnerabilidad: que es sinónimo de debilidad.
Por el contrario, Brown afirma que la vulnerabilidad es la medida más exacta de nuestra valentía. La define como un riesgo emocional que hay que correr como parte del camino de la innovación, la creatividad y el cambio. El atreverse a crear, a proponer, a cambiar, genera vulnerabilidad, porque nos dejamos ver por los demás.
Séneca dijo: “No nos atrevemos a muchas cosas porque son difíciles, pero son difíciles porque no nos atrevemos a hacerlas”. Entonces, vale la pena tomar la iniciativa de subir al ring y enfrentar valientemente los retos que nos plantea la vida. Al final, nos recordarán por lo que hicimos y no por lo que dudamos hacer.