La historia de la frontera entre México y Estados Unidos en la segunda mitad del siglo XIX estuvo marcada por cambios de estructuras dominantes, alianzas, tensiones y episodios de violencia que revelan las dinámicas de poder, racismo y resistencia en la región.
Con la consolidación del Tratado de Guadalupe Hidalgo en 1848 siguió una etapa de búsqueda del dominio anglo sobre vastos territorios que alguna vez pertenecieron a México, transformando radicalmente la vida de los mexicanos que allí residían.
Del tratado al despojo
Con el final de la guerra entre México y Estados Unidos el Tratado de Guadalupe Hidalgo no solo modificó las fronteras, sino que también prometió protección para las propiedades y derechos de los mexicanos que quedaron del lado estadunidense.
Sin embargo, en la práctica estas promesas quedaron incumplidas. Los mexicanos, sobre todo de clases bajas, pasaron a ser considerados ciudadanos de segunda clase y se encontraron en conflicto con los colonos angloamericanos que llegaban en busca de tierras y oportunidades económicas.
Los angloamericanos miraban a los mexicanos con prejuicio, considerándolos una mezcla inferior de razas. Asociaban su presencia con la criminalidad, la pobreza y el enemigo derrotado. Este prejuicio racial exacerbó las disputas por el control de recursos como minas, tierras y negocios, desencadenando actos de despojo violento.
Un caso ilustrativo ocurrió en 1857, durante la llamada “guerra de carros”, en la que carreteros mexicanos se enfrentaron a ataques de colonos anglosajones. En un episodio, un grupo de enmascarados asesinó a Antonio Delgado, un carretero, disparándole 14 veces durante un ataque a una caravana de 17 carretas mexicanas. Casos como este aparecen en la prensa del periodo.
Linchamientos y justicia de la turba
Entre las formas más extremas de violencia contra los mexicanos estuvieron los linchamientos, perpetrados por turbas de angloamericanos que justificaban estos actos como un medio para suplir la supuesta ineficacia de la ley. Sin embargo, detrás de estos linchamientos había motivos más oscuros, como el racismo y el deseo de control económico y social.
Un ejemplo especialmente impactante es el caso de Josefa, una mujer mexicana linchada en 1851 en California. La prensa ni siquiera se molestó en confirmar su nombre, reduciéndola a la categoría de una “mujer mexicana”, lo que subraya la deshumanización de las víctimas en estos actos de barbarie.
A pesar de la violencia, la comunidad mexicana no fue únicamente víctima pasiva. En muchos casos respondieron con actos de resistencia. Algunos defendieron sus negocios e incluso recurrieron a la violencia para proteger sus intereses. Además, la comunidad encontró en la prensa en español un medio para denunciar las injusticias. Estos periódicos jugaron un papel crucial al visibilizar los atropellos.
Examinar estos eventos no solo nos ayuda a recordar a las víctimas y sus luchas: es una invitación a reflexionar sobre la construcción de narrativas históricas y cómo estas moldean nuestra comprensión del presente, con una frontera que sigue dando de qué hablar.