Los enfoques y, por tanto, los análisis, han cambiado. Y no solo por el obvio transcurrir de los años, sino también por los profundos ajustes que se observan en la dinámica geopolítica y mundial.
Estamos en la tercera década del siglo XXI, los polos de poder se han desplazado y han surgido otros.
Las ideologías —las antiguas y las nuevas— que guían las acciones de las clases gobernantes se orientan por un notable pragmatismo que mezcla tesis y principios de aquí y de allá para proyectar los intereses nacionales de cada país.
Desde la campaña presidencial de 2016 en Estados Unidos, Donald Trump propició que México se convirtiera en una polémica agenda electoral. De entonces a la fecha la tendencia no ha hecho más que radicalizarse. Y no solo desde la plataforma del Partido Republicano, sino también desde el Partido Demócrata.
La cuestión radica en que de parte de las élites gobernantes de nuestro país —sin distingo de partido político— parece que no hay la adecuada ponderación a ese inocultable cambio en las relaciones entre México, Estados Unidos y Canadá, así como sobre la relevancia que nuestra geografía ha adquirido (aunque siempre la ha tenido).
Pese a que de manera formal aún no inicia la competencia presidencial en Estados Unidos, los señalamientos radicalizados antiMéxico por parte de Trump y su compañero de fórmula J. D. Vance no dejan espacio para suposiciones o elucubraciones: proteccionismo, xenofobia, racismo, aislacionismo y, sobre todo, el establecimiento claro y abierto de relaciones de poder (e imposición hacia nuestro país), hasta el momento parece no preocupar o alterar al actual gobierno ni al siguiente. Llama la atención, por ejemplo, la postura inexpresiva de la embajada de México en Washington, así como la de alguno de los principales consulados.
Mejor han reaccionado las organizaciones empresariales mexicanas ante el muy delicado y sugerente anuncio de Elon Musk de suspender la cuantiosa inversión de la fábrica de automóviles Tesla en Nuevo León, ante el posicionamiento de Trump de no importar un solo auto desde México si no se cumplen ciertas condiciones, entre ellas disminuir el comercio con China.
Variable
Así, aun sin campañas formales, los efectos sobre la economía y el comercio binacional ya empezaron a darse.
Esa variable no permite suposiciones o suspicacias: son hechos y decisiones de un proceso electoral externo que sin duda repercute, de mala manera incluso, en la imagen internacional de México.
Pero también la “agenda México” es narcotráfico (y debido al consumo de fentanilo, tema de salud pública), tráfico de armas, violencia fronteriza, migraciones forzadas (las procedentes de Centroamérica y la mexicana, desde luego), revisión del Tratado Comercial México-Estados Unidos-Canadá, por lo que desde el vecino país del norte intervienen en las discusiones sindicatos, organizaciones sociales, grupos de académicos, empresas de todo tipo, agencias de seguridad e inteligencia y una larga lista de interesados en dichos asuntos.
Eso no sucedía antes. Lógico, pero la cuestión es preguntarnos si con las experiencias electorales estadunidenses desde 2016 ahora sí estamos preparados para procesar las críticas y las presiones que se darán rumbo a los comicios del martes 5 de noviembre, de donde saldrá la o el próximo titular de la Casa Blanca, en la perspectiva clave de la continuación de la invasión de Rusia a Ucrania.
De nueva cuenta, sostengo: ya no hay tiempo que perder.