En el mundo prevalece una visión equivocada que confunde desigualdad con pobreza y quienes la promueven nos quieren convencer de que la riqueza, por alguna razón, es perversa: lo nefasto es la pobreza y la debemos combatir con todos nuestros esfuerzos.
La riqueza ha sido objeto de un extraño maniqueísmo que a veces la glorifica y a veces la sataniza de formas igualmente irracionales. Esta forma de entender la riqueza de nada nos sirve y nos hunde en el subdesarrollo.
¿Realmente es “mala” la riqueza?
Constantemente he dicho que en América Latina prevalecen ideas que nos impiden avanzar en el camino al desarrollo económico. Una parte de estas ideas se relaciona con nuestros conceptos y mitos sobre la riqueza. Si logramos destruir esos mitos y ver a la riqueza y su proceso de creación de manera objetiva, habremos dado un gran paso.
Paradójicamente, a la riqueza material se le confieren propiedades extraordinarias, buenas o malas, que en el mejor de los casos son poco realistas.
Por un lado, me llama la atención cómo en nuestros tiempos muchas personas son célebres sólo por el hecho de ser “ricos” —o por tratar de aparentarlo—, cuando en el pasado se valoraban aspectos mucho más relevantes como la sabiduría, el empeño, la prudencia o la valentía.
En realidad, los llamados millonarios muchas veces administran sólo una parte de los recursos que puede controlar un gobernante al frente de un presupuesto público —estatal o federal—, que puede alcanzar decenas de miles de millones de dólares. Curiosamente, también se tiende a exagerar el poder político de la gente rica, que suele ser mucho menor que el de un político encumbrado.
Ideas
Por estas y otras extrañas razones, en América Latina persiste la idea de que “la riqueza es perversa”. Desde niños nos enseñan que “es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el reino de Dios”. No me parece que ser rico sea malo en sí mismo —a menos, claro, que la riqueza en cuestión sea mal habida.
Lo que confiere virtud o no a la riqueza es la forma en cómo se administra para crear o destruir nuestro futuro común.
En mi caso, la riqueza que administro está representada en gran medida en forma de acciones de empresas que realizan actividades muy diversas y que tienen como fin satisfacer necesidades específicas de millones de clientes.
Si por alguna razón yo liquidara todas las acciones que controlo para repartir los recursos entre miles de personas, muy probablemente perderían gran parte de su valor casi de manera instantánea, con lo que difícilmente resolveremos el problema de la pobreza. Por el contrario, de un plumazo liquidaríamos cientos de miles de empleos directos e indirectos.
Sin mencionar el problema de que, aún con la mejor de las intenciones, todos los gobiernos del mundo han demostrado ser pésimos administradores de la riqueza.
¿Realmente el problema es la riqueza?
Algunos “expertos” señalan con alarma a los más ricos porque quieren convencernos de que debido a ellos se agrava la desigualdad, cuando el problema real no es la desigualdad en sí misma, sino la pobreza. Los modelos socialistas, al enfocarse en la desigualdad sólo han logrado igualdad en la miseria. Pensemos en Cuba, Venezuela o Corea del Norte: ¿realmente a eso aspiramos?
No. Debemos considerar que quienes generan riqueza, es decir, los empresarios, constituyen un recurso sumamente valioso por múltiples razones: 1) toman riesgos que nadie está dispuesto o preparado para asumir; 2) acumulan y multiplican el capital necesario para enfrentar estos riesgos; 3) resuelven problemas de manera creativa e innovadora; 4) ofrecen productos y servicios que el gobierno es incapaz de ofrecer de manera eficiente, aceptable y oportuna; 5) crean millones de empleos; 6) pagan impuestos; y, 7) producen riqueza —que es la única forma de terminar con la pobreza.
Potencial
Debemos ser honestos y preguntarnos si lo nefasto es que existan millonarios o en realidad lo que debemos repudiar es que, en pleno siglo XXI exista gente en pobreza extrema, incapaz de solventar sus necesidades más básicas. Al final, nadie ha podido demostrar que lo primero causa lo segundo, por más que lo han intentado.
La riqueza no es un “juego de suma cero”; al contrario: los seres humanos tenemos el potencial de hacerla crecer infinitamente a través de nuestra enorme inventiva y capacidad intelectual, para lo que se requiere un sistema de incentivos adecuados que sólo es posible a través del libre mercado.
Lejos de involucrarnos en el ejercicio fácil e inútil de atacar a los ricos sólo por el hecho de serlo, debemos pensar cómo vamos a sacar a millones de personas de la trampa brutal de la pobreza que las hunde, a veces por generaciones.