Una nueva ola de protestas y manifestaciones contra Benjamin Netanyahu, primer ministro de Israel, se desató el domingo después del descubrimiento de seis cadáveres de secuestrados por Hamás el 7 de octubre.
Si bien los reclamos de los manifestantes son comprensibles, no parecen tener clara la personalidad y motivos de Netanyahu. Difícilmente lo convencerán de cambiar su orientación cuando hablamos de un hombre que ha resistido imputaciones judiciales y presiones de Estados Unidos.
En su libro de memorias Bibi: Mi historia, refiere cómo el presidente Bill Clinton apoyó directamente a la oposición a su primer gobierno para que lo derrotaran en las urnas. Clinton envió a su estratega electoral, James Carville, y a su encuestador principal, Stanley Greenberg, para que apoyaran a Ehud Barak, del Partido Laborista, contra Netanyahu.
Netanyahu también ha sido llevado a juicio en numerosas ocasiones y ni una sola vez sus enemigos y denunciantes han logrado llevarlo a prisión. No ha cedido. El mismo personaje enfrentó cara a cara al presidente Barack Obama en torno de la política que debía seguirse con Irán. Netanyahu es el hombre que supo seducir a Donald Trump para persuadirlo de que EU debería reconocer a Jerusalén como capital de Israel.
Además, Netanyahu consiguió la apertura de la economía israelí y convirtió a su país en uno de los motores tecnológicos del planeta.
En suma, hablamos de una figura enérgica y con carácter a toda prueba, formado en las fuerzas armadas, con mentalidad de ingeniero (formado en el MIT) y que carga el agravio de su hermano muerto en acción como parte del ejército.
Netanyahu empezó su carrera política como cabildero a favor de Israel en la embajada de ese país en EU y luego se dedicó a enarbolar la bandera del combate al terrorismo. Organizó conferencias internacionales al respecto y publicó libros sobre el tema antes de tener cualquier cargo de elección popular. De modo que para él los ataques de Hamás el 7 de octubre son asunto personal.
Corriente
Se equivocan quienes creen que lograrán reblandecer su postura en torno de la cuestión palestina, pues también en sus memorias Netanyahu cuenta cómo ha sido testigo de las negociaciones de paz a lo largo de las décadas sin que ningún esfuerzo fructifique. Él prefiere concentrar sus esfuerzos en acercamientos con otros países árabes. Desde su punto de vista, y siendo hijo de uno de los más grandes historiadores de Israel, Netanyahu estima que los pobladores originales de la región hoy en disputa fueron judíos y no palestinos. Por tanto, no tiene ningún incentivo para ceder.
En consecuencia, quienes busquen persuadir a Netanyahu de ceder pacíficamente ante Palestina, o peor aún, de entregar el poder, pueden esperar sentados. No es un hombre que se amedrente ante la adversidad y solamente cede frente a un poder mayor al suyo. Paradójicamente, el único que puede forzarlo a suavizar su postura es EU, pero él goza de una amistad personal de muchos años con el presidente Joe Biden y lo ha convencido de que todo lo que hace se trata de la defensa al derecho a existir de Israel.
Las movilizaciones masivas no convencerán de nada a Netanyahu; si acaso lo endurecerán. Y entre más perciba él la presión malintencionada de la izquierda y el wokeísmo internacional, con mayor vigor sostendrá su posición. De manera que, si acaso, habrá que esperar a que se produzca un cambio de gobierno en Washington para advertir una modificación gradual en las respuestas de Israel a los ataques terroristas de Hamás.
Finalmente, Netanyahu no es un solitario que se lance a la aventura por sus pistolas, sino que representa a una corriente de opinión masiva en su país. Hasta no entender su personalidad y su base social como político, todo intento de lidiar con Netanyahu fracasará. Para ello, nada mejor que sus propias palabras. Lea Bibi: Mi historia.