A unos días del primer aniversario del ataque de Hamás en territorio israelí la escalada en la frontera entre Israel y Líbano ha encendido las alarmas de una posible guerra a largo plazo que podría extenderse por todo Oriente Medio.
El saldo de las primeras semanas es alarmante: decenas de bajas civiles, ataques a la infraestructura crítica y un desplazamiento masivo de personas en el sur de Líbano. Lo que nos lleva a cuestionar si una guerra regional se ha vuelto inevitable.
Israel, enfocado en su operación en Gaza, ha optado por contener las incursiones esporádicas de Hezbolá en el norte, pero la situación podría escalar rápidamente. El objetivo declarado de Israel es claro: debilitar a Hezbolá como brazo militar de Irán y cortar su capacidad de acción a futuro.
Sin embargo, este enfoque podría ser un arma de doble filo. Mientras Israel se centra en múltiples frentes —en Gaza, Cisjordania y Siria— corre el riesgo de abrir una guerra de desgaste que fortalezca, en lugar de debilitar, a actores como Hezbolá e Irán, que son expertos en las guerras asimétricas.
Además, Hezbolá e Irán tienen todos los incentivos para involucrarse en un conflicto prolongado, dado que su retórica política se basa en posicionarse como los defensores de la causa palestina y la resistencia contra Israel. Al mismo tiempo, la posibilidad de que Irán apoye a Hezbolá con armas avanzadas o respaldo estratégico en un conflicto abierto no puede descartarse, lo que arrastraría a más actores regionales y globales.
Por su parte, Hezbolá ha lanzado cohetes hacia Israel, aumentando la tensión y el miedo entre la población civil israelí.
Consecuencias
Si bien ambos bandos parecen evitar un enfrentamiento a gran escala, la realidad es que con cada día que pasa la situación se vuelve más inestable. Un conflicto prolongado no solo podría reforzar el prestigio de Hezbolá entre sus seguidores, sino que también podría desestabilizar a todo Líbano, provocando un flujo masivo de refugiados hacia Europa y extendiendo el caos a países vecinos como Siria.
Además, al tener abiertos tantos frentes simultáneamente Israel podría sobreextenderse militarmente, debilitando su capacidad de defensa interna. Al mismo tiempo, la presión internacional sobre Israel por el número de bajas civiles socava su legitimidad y el apoyo global. La región se ha vuelto un polvorín que amenaza con desestabilizar aún más el panorama internacional.
En este escenario es difícil imaginar una salida rápida o fácil. Las grandes potencias, como Estados Unidos y Europa, parecen enfocarse en evitar una escalada mayor, pero su influencia sobre actores como Irán y Hezbolá es limitada.
Lo que sí es claro es que un conflicto prolongado en Líbano tendría consecuencias devastadoras no solo para Israel y Líbano, sino para todo Oriente Medio, que ya está atrapado en una espiral de guerras interminables.
Y si algo nos ha demostrado la historia reciente de la región es que en Oriente Medio los conflictos nunca se quedan dentro de las fronteras en las que comienzan.