LEYENDAS DEL RING

Alberto Barranco
Columnas
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El cartel de letras desgarbadas clavado en el pórtico del jacalón clamaba su pedacito de gloria: “Cuna del boxeo mexicano”. El ring se improvisaba frente a la maloliente pantalla de sábanas del cine Palatino de la hoy calle José María Izazaga, a diez centavos el espacio de las tablas sobre ladrillos.

La carta fuerte del barrio de San Miguel en el estruendo del espectáculo deportivo se llamaba Carlos Pavón. El primer aprendiz del incipiente oficio.

Recogida la estafeta por el toreo de la Condesa allá por 1920 los carteles estaban dominados por extranjeros. Ahí donde había cantado el gran Enrico Caruso colocada una tarima en el centro de la arena, de pronto en una esquina estaban Jack Johnson y en otra Kid Cutler… con la novedad de que perfilada la pelea como “tongo” se provocaría el hervor de la sangre del respetable, que volcaría su furia sobre los indolentes.

Y desde Los Ángeles, California, en la magia de su aparato radiofónico, narración cortesía de Pedro El Mago Septién, la pelea por el campeonato mundial de peso pluma. En una de las esquinas el mexicano Juan Zurita y en la otra el estadunidense Jimmy Angito.

El panorama bélico no cambió radicalmente a la llegada en torrente de peleadores nacionales, por más que ahora sí los golpes dolían de a deveras. Hete aquí que levantado el brazo al Chato Velasco el respetable, a cuya óptica el vencedor era Alfredo Gaona, primer perfil de ídolo, lanzó algo más que insultos sobre los jueces en otra memorable campal, esta con una pistola apuntando hacia el réferi.

Relevos

Las pasiones coronaban y destronaban.

Al gran Luis Villanueva, alguna vez Kid China en los cuadriláteros de San Antonio, Texas, luego Kid Azteca, sin respeto alguno al fervor con que cruzaba los umbrales de los salones de baile al sonido del danzón en su honor, le deformaría la cara el Chango Casanova desplazándolo del podio.

Y todo iba bien para el Huitlacoche José Medel hasta que derrotó a José Toluco López, el favorito del rey, Adolfo López Mateos, el boxeador que aun empulcado ganaba las peleas, aunque de vez en vez regresaba el espeso líquido ingerido al primer golpe al estómago.

Con apuestas diez a uno en su contra el mexicano Vicente Saldívar, El zurdo de oro, le arrebataría el cinturón mundial pluma al cubano Ultiminio Ramos, aunque no logró jamás traspasar para sí la popularidad.

Ahora que el reinado de Raúl Ratón Macías, de Tepito a Los Ángeles, le daría cancha para actor de películas, galán, ni más ni menos que de Ana Bertha Lepe y hasta una curul en la Cámara de Diputados.

Al relevo llegaría José (Joe para los fanáticos chicanos) Becerra, el boxeador del año en 1958, el que vengó la derrota del propio Ratón por el francés Alphonse Halimi.

Las peleas atiborraban cantinas, restaurantes y patios de vecindad en la magia del blanco y negro de la televisión.

Y ahí estaban en la ovación interminable del respetable que atiborraba la Coliseo o la Arena México, Ricardo Pajarito Moreno, además del cubano José Ángel Mantequilla Nápoles, quien ubicaba su trono en una cantina del viejo San Juan de Letrán… y Rubén Olivares.

Inmortalizado por la pluma de Ricardo Garibay en Las glorias del gran Púas, el orgullo de la colonia Bondojito arroparía y derrocharía fama y fortuna con sus mil rostros: box, cine, teatro, televisión y hasta efímero mánager.

—¿Por qué Púas?

—Es que digo púas pendejadas.

Golpes de la vida.