Will y Ariel Durant escribieron once tomos de una monumental Historia de la civilización que vendió más de cuatro millones de ejemplares y obtuvo el Premio Pulitzer. Como corolario de esa larguísima obra publicaron un brevísimo libro con las conclusiones extraídas de su estudio de la historia humana titulado Lecciones de la historia. Ahí dedican uno de los últimos capítulos a la idea de la decadencia de las civilizaciones.
A diferencia de otros autores pesimistas y depresivos, el matrimonio Durant no comparte la idea de que la decadencia de una civilización suponga el punto final de esta. “Homero tiene hoy muchísimos más lectores de los que nunca tuvo en la Grecia clásica”, explican. Asimismo, las ideas de democracia y república del mundo grecorromano gozan de mayor vitalidad y se desarrollaron con mayor amplitud en la hoy Inglaterra parlamentaria y el actual Estados Unidos presidencialista.
Es decir, lo mejor de una civilización puede renacer y florecer en otro periodo histórico, de modo que quienes apuntan al canto del cisne de la democracia liberal por el devenir contemporáneo de Estados Unidos quizás estén precipitándose. En primer lugar, porque la decadencia de un imperio puede tomar varias décadas, incluso siglos. Así que la decadencia estadunidense no necesariamente conducirá al colapso inmediato ni es irreversible. En todo caso, la obra de sus grandes pensadores, académicos, juristas y estadistas seguirá siendo estudiada por todas las generaciones capaces de admirar y apreciar la libertad humana. Se equivocan entonces quienes profetizan el apocalipsis.
No es preciso caer en la desesperación ni en la desesperanza. Una institución puede caer sin que desaparezca la fuerza de las ideas que la sostienen. El republicanismo, la democracia liberal, seguirán vivos como aspiraciones de millones de seres humanos. Se necesita mantener con vida los libros y el hábito de la lectura, eso sí. No es una tarea menor en un mundo cada vez menos capacitado para la reflexión de largo aliento y ansioso de la versión resumida de todo en un Power Point. Se requiere que las universidades mantengan su libertad de cátedra y de investigación.
Futuro
Por eso resulta tan preocupante la embestida del trumpismo contra las grandes universidades norteamericanas, lo mismo por la vía de la restricción presupuestal que por la ruta de la impugnación judicial. Para el mundo es indispensable que si no sobreviven las instituciones políticas norteamericanas sí perduren las educativas. No es aceptable que un gobierno de cualquier signo imponga a las universidades los lineamientos sobre cuáles estudiantes son aceptables y cuáles no. Mucho menos exigir que los estudiantes sostengan una misma ideología política.
De ahí la importancia de la respuesta institucional de la Universidad de Harvard a la amenaza del gobierno norteamericano de retirar millones de dólares en financiamiento a la institución. “La universidad no entregará su independencia ni renunciará a sus derechos constitucionales”, afirma el comunicado oficial de la institución, el mismo donde se niega a justificar ante el gobierno sus métodos de enseñanza, su mecanismo de admisiones y contrataciones, así como las áreas de estudio e investigación que puede asumir.
Parece una disputa política local y menor, pero se está jugando el futuro de una civilización. La resistencia intelectual al populismo ya se activó.