LAS CENIZAS

Sergio Pérezgrovas
Columnas
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El alma se coloca en el cuerpo como un diamante en bruto y debe ser pulida o el brillo nunca aparecerá.

Daniel Defoe

Luis Ramiro Barragán Morfín es quizás el arquitecto e ingeniero mexicano más famoso, el único en nuestro país que ha ganado el prestigioso premio Pritzker.

Fue creador, entre muchas cosas, de la casa Gilardi en la Ciudad de México, las Torres de Satélite y los Jardines del Pedregal.

Nació el 9 de marzo de 1902 y murió en la CDMX el 22 de noviembre de 1988. Y bueno, hasta ahí todo normal, hasta que en 2015 su apellido volvió a surgir ante el ojo público cuando la artista estadunidense Jill Magid quiso, con autorización de los familiares del arquitecto, exhumar las cenizas de Barragán para realizar un diamante con 525 gramos de los restos del arquitecto.

Magid también reemplazó las cenizas exhumadas por un caballo de plata con el mismo peso. Ella es una artista conceptual, escritora y cineasta que rompe los paradigmas del poder.

Al exhumar a Barragán intentó cuestionar y analizar el control privado de la obra del arquitecto. Ella explora las tensiones emocionales, filosóficas y legales que existen entre las instituciones; y claro que al hacer el diamante logra causar una serie de controversias. Se justifica diciendo que el anillo con el diamante lo pensaba intercambiar por la colección del archivo personal de Barragán, que se encuentra en el Vitra Design Museum en Suiza.

Jill Magid dice que este archivo debería estar en suelo mexicano, ya que el arquitecto nunca realizó una obra en Suiza. El diamante es de 2.02 kilates y tiene un precio aproximado de 30 mil euros.

El asunto se complica más allá de las implicaciones legales, morales, éticas, sociales y familiares que Jill plantea, un poco a propósito y un poco sin querer. Algunas religiones judeocristianas aseguran que al final de los tiempos habrá una reencarnación. ¿Será que Barragán reencarnará completo o una de sus partes se habrá perdido en el diamante (quizás un brazo o su aquellito)? Gran dilema.

La misma Jill desea que, cuando muera, una parte de sus cenizas se conviertan en diamante. Menudo lío se hará cuando Dios quiera armar los cuerpos. Se los dejo de tarea para que lo piensen.

Hay un libro escrito por Laura Ayala Castellanos, especialista en arte contemporáneo, que lleva por título 525 gramos. Jill Magid: la transformación de Luis Barragán”, editado por Artes de México, donde nos devela algunas de las postulaciones de la realizadora. Es un libro interesante.

Dientes

En la bodega donde estaba la silla eléctrica Tristán encontró un horno crematorio y ahí quemó al asesino salvando minutos antes a la mujer que se encontraba amarrada a la silla. Después de un tiempo llamó al forense para que calculara cuántos asesinatos se habían realizado ahí.

El horno estaba repleto de material. El forense, con precisión milimétrica, fue llenando bolsas para la cremación que previamente traía consigo. Alcanzó la cifra de 20 bolsas, con un promedio de entre tres y cuatro kilos por cada una, lo que daba como resultado unos 20 cuerpos.

Había además un sinnúmero de dientes, ya que estos son muy difíciles de deshacer porque la estructura biológica es muy fuerte. Su amigo el forense se los llevó e hizo las pruebas pertinentes. Descubrió que las víctimas eran mujeres —cuyas edades oscilaban entre 18 y 30 años—, salvo las de un hombre.

Tris sabía de quién eran esas piezas, pero no dijo nada. Cuando el forense preguntó por qué había dientes de un sujeto, Tris le aseguró que sería otra víctima más del dueño de la silla.