LA VERDAD, LA VERDAD

Mónica Soto Icaza
Columnas
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La verdad

¿Quién posee la verdad? ¿Los filósofos? ¿Los científicos? ¿Las periodistas? ¿Los jueces? ¿Las abogadas? ¿Las adivinadoras con su bola de cristal entre las manos?

Estamos en un momento de la historia en el que la humanidad ya se ha cuestionado la verdad hasta el cansancio. Ya tuvimos a Aristóteles con su verdad como correspondencia entre los hechos y lo que se niega o afirma de las cosas; a Protágoras y su “hombre es la medida de todas las cosas”; a la Iglesia católica en la Edad Media y hasta hoy con la fe como respuesta incontrovertible; a Descartes con su “Pienso, luego existo”; a Nietzsche con la afirmación de que no hay hechos, sino que hay interpretaciones; tenemos método científico y hasta pensamiento mágico. Vaya reunión de convicciones.

Además, ahora nos enfrentamos a una avalancha de información, opiniones y medios de difusión de ideas tan diversos, que definir, encontrar y determinar qué es verdad se ha convertido en una de las tareas más colosales porque nos hace volver al punto de inicio: ¿te imaginas la enorme cantidad de noches de insomnio que tener toda la información que conocemos hoy hubiera provocado en Aristóteles?

Lo afortunado de esta oportunidad de reflexionar hoy acerca de la verdad es que ya existe un gran camino andado de pensadores con sus respectivos pensamientos y así podemos reflexionar ya no sobre una alfombra mágica, sino sobre montañas de conocimiento.

Factores

Los seres humanos aprendemos de manera natural mediante algo parecido a los pasos del método científico: observación, formulación de hipótesis, experimentación y conclusión. Claro que la mayoría de estos pasos se fundamentan en factores como la familia donde nacimos, la colonia donde crecimos, la ciudad y el país que habitamos, la educación que recibimos, la relación que desarrollamos con nuestros cuidadores, iguales y autoridades, los libros que hemos leído, películas, conferencias, viajes, conversaciones, accidentes, estudios, trabajo, comida, música, sonidos variados, pinturas, esculturas, paisajes… así que no nos salvamos de interpretar esas percepciones a través de nuestra limitada capacidad de aprehensión, lo que provoca que nuestra verdad tenga algo de ficticio y también algo de verdadero.

La ciencia ha sido una herramienta muy efectiva para acercarnos a la definición de verdad, pero no es la única en tanto hay aspectos del mundo que se escapan del método científico, como la ética, la moral y la lógica, que son territorios de la filosofía y la matemática.

En el periodismo (el periodismo serio, no el propagandismo), por ejemplo, se busca acercarse a la mayor cantidad de involucrados en un solo suceso para que cada uno de ellos cuente su parte de la historia y junto con otros elementos más concretos, como lugar, hora y elementos físicos, se pueda narrar de una manera más fidedigna lo que sucedió en realidad, a sabiendas de que no está esculpida en piedra y siempre puede aparecer un factor que no había sido considerado.

Lo mismo ha pasado con las ciencias a lo largo de la historia: se han tambaleado varias certezas al encontrar evidencia nueva, como es el caso de Galileo descubriendo que la Tierra es redonda.

Todo esto para decir que antes de creer una verdad con los ojos cerrados, tanto científica como no científica, aunque nos suene lógica, innegable, incuestionable, incontrovertible y todos los “in” que se quieran incorporar al criterio, hay que considerar mucho más que los factores visibles o evidentes y utilizar el poderoso y genial intelecto que poseemos para desmembrar el asunto en todas las aristas posibles: ya no hay pretexto para intentar conocer lo máximo a nuestro alcance, incluso aquello que creíamos inalcanzable.