Con el cierre de la presidencia de Andrés Manuel López Obrador México se encuentra en un momento de reflexión. Más allá de las diversas opiniones que su mandato pueda generar lo cierto es que su periodo presidencial fue objeto de intenso debate, tanto por sus aciertos como por sus controversias. Los presidentes han tenido sus finales, simbólicos y literales. Más allá de cada presidencia, sus finales son reflejo de las diversas tensiones en el pasado del país.
En la historia de México hubo presidencias que concluyeron de maneras inesperadas o trágicas. Uno de los casos más notables fue el de Benito Juárez, cuyo fallecimiento en el cargo el 18 de julio de 1872 marcó el fin de una era. Su muerte fue recibida con profundo pesar nacional, como lo atestigua un periódico de la época que describió el evento como “uno de esos acontecimientos que llenan de consternación y de luto a la nación entera”. Hasta la fecha Juárez sigue siendo el último presidente mexicano en morir por causas naturales mientras ejercía el cargo.
Los sucesores de Juárez no corrieron mejor suerte. Sebastián Lerdo de Tejada, quien asumió la presidencia interina tras la muerte de Juárez, se vio obligado a renunciar y exiliarse debido a la rebelión liderada por Porfirio Díaz. En contraste, Manuel González logró completar su mandato de 1880 a 1884, una rareza en aquella época turbulenta.
El prolongado gobierno de Porfirio Díaz llegó a su fin con la Revolución Mexicana, forzándolo al exilio. Sus últimas palabras como presidente reflejaron una aparente resignación: “Vengo ante la Suprema Representación de la Nación a dimitir sin reserva el Encargo de Presidente Constitucional de la República, con que me honró el voto nacional, y lo hago con tanta más razón cuanto que para retenerlo sería necesario seguir derramando sangre mejicana”.
Finales abruptos
Francisco I. Madero, símbolo de la democracia mexicana, vio su presidencia y su vida truncadas por un golpe de Estado. Su asesino, Victoriano Huerta, corrió una suerte similar, siendo expulsado del país por la revolución. Tanto Díaz como Huerta murieron en el exilio, sin posibilidad de retornar a México ni siquiera después de su muerte. Sus restos siguen fuera.
Venustiano Carranza fue el último presidente en este periodo de finales abruptos, perdiendo la vida mientras aún ocupaba el cargo derivado de la rebelión de los sonorenses. A partir de entonces, las transiciones presidenciales se normalizaron, aunque la violencia no cesó por completo, como lo demuestra el asesinato del presidente electo Álvaro Obregón en 1928.
Desde entonces, México ha tenido una relativa estabilidad en sus transiciones presidenciales, con mandatarios que han logrado concluir sus periodos de gobierno de manera “pacífica”.
La conclusión del mandato de AMLO marca no solo el fin de un periodo presidencial específico, sino que nos invita a pensar en la estabilidad presidencial que México ha alcanzado en las últimas décadas.
Esto no es una defensa de las administraciones, pues cada una tiene sus propios problemas y vaya que son graves para el país, pero sí resulta interesante que durante ya varias décadas la alternancia se lleve a cabo de manera pacífica.