Las naciones, en tanto sus afluentes de identidad, de varias maneras en el contexto y dinámicas internacionales deben procesar los antagonismos permanentes y emergentes. Las bases de la cohesión entre las estructuras sociales y las de gobierno proceden tanto de la coyuntura como de las trayectorias forjadas en la historia. Vivimos uno de esos cíclicos momentos donde se ponen a prueba las capacidades para comprender los desafíos del poder nacional de México.
Como es el nombre de esta sección, se trata de un concepto que pretende sistematizar todos aquellos recursos con los que una nación cuenta; pueden ser estos tangibles, perceptibles, medibles; e intangibles, es decir, los valores, las tradiciones, la cultura, la gastronomía, entre otros.
Nuestro país es una de las seis primeras potencias culturales y biodiversas, conforme a los criterios de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO). También es la primera potencia cultural del continente americano. Incluso si se hace la sumatoria del patrimonio reconocido por ese organismo multilateral de Canadá y Estados Unidos, México permanece en el primer sitio.
Por lo que hace a las fuentes de identidad, la predominancia de la religión católica coloca a nuestro país en el primer lugar mundial en lo que hace al número de feligreses, con lo que por condiciones geopolíticas representamos como sociedad una frontera en cuanto a las prácticas religiosas respecto de Estados Unidos.
Desde luego que la enorme cobertura que propicia el cristianismo en ambas naciones, sin embargo, tiene notables matices. Por ejemplo, acabamos de presenciar en el juramento sobre la Biblia del nuevo presidente estadunidense las intervenciones de un arzobispo católico, de un pastor protestante y de un rabino judío. Son particularidades en la formación social de ese país que marcan por supuesto la pluralidad religiosa y étnica del mismo.
Convergencia
La dilatada y extraordinaria biodiversidad de México también nos coloca a nivel mundial como el quinto país más representativo en la materia. De altas montañas, desiertos, manglares, selvas, bosques de coníferas, así como una flora y fauna sin igual, proceden identidades místicas, populares, musicales y, desde luego, prácticas sociales. El visible sincretismo de las etnias originales con la afluencia de otras culturas, sobre todo las hispanoamericanas, aporta elementos distintivos, tal y como se puede observar en el paseíllo en las corridas de toros donde los alguacilillos son identificados con España y México, por citar solo un ejemplo.
Los desafíos que hoy procesamos como sociedad y Estado Nación, lo que a su vez enfrenta el gobierno de la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo, es una oportunidad para consolidar los objetivos para el siglo XXI. Lo fundamental radica en saber cuáles son estos y la forma para alcanzarlos.
No somos los primeros ni los únicos en estos tiempos que tenemos que desarrollar una estrategia colectiva, bien pensada. La cohesión por sí misma, aunque valiosa, no alcanza. Debemos tener muy claro qué es lo que nos vincula y para qué nos articula.
Desde luego que todas las sociedades, sin excepción, tienen una amplia gama de grupos, intereses, procedencias, hábitos; sin embargo, esas mismas sociedades avanzan a partir de lo que les hace afines. Es esa convergencia la que permite y permitirá a la nación y sociedad mexicanas seguir con buen paso ante la evidente gestión antimexicana del nuevo huésped de la Casa Blanca.
Los gobiernos en las democracias liberales son transitorios, la proyección de los intereses y del poder nacional de México son permanentes.