PERPETUANDO A LA MALINCHE

Juan Carlos del Valle
Columnas
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Juan Carlos del Valle, Dona XIV, 2012, óleo sobre tela, 40 x 50 cm

En muchas obras de arte mexicano se ha representado a la Malinche, una de las figuras más duramente juzgadas en la historia de nuestro país, a la vez que madre simbólica del pueblo mestizo. Entre las imágenes más conocidas está la que realizó José Clemente Orozco en uno de los muros de la antigua Escuela Nacional Preparatoria; sentada junto a Hernán Cortés, ambos se muestran como una suerte de Adán y Eva, la pareja original. Y a los pies de ambos, un hombre yace lánguido y abatido, acaso como una metáfora del México que resultó de aquella unión.

Y si bien, la historia de la Malinche es compleja y sesgada, artistas e historiadores han reivindicado recientemente su papel en la historia de México y se la considera con renovada admiración por su inteligencia y capacidad de liderazgo, a la vez que se explican sus acciones y motivaciones a la luz de las difíciles circunstancias de su vida. Una de las mayores contradicciones contenidas en el personaje de la Malinche es, por un lado, odiarla colectivamente por considerarla un emblema de traición a la patria y por otro lado emularla constantemente. Pues por algo es tan popular y extendido el uso del término “malinchista”: en México la mayoría solemos serlo, en mayor o menor medida. Ya sea en el ámbito de la moda, los deportes, la academia o el arte, frecuentemente se considera que lo extranjero es mejor y si es europeo o estadounidense, aún más.

Tal es el caso de muchos artistas mexicanos, vivos y muertos, que son más valorados fuera de México que dentro, o de la mayoría de las galerías que consideran importante tener artistas extranjeros en su establo por ser una estrategia efectiva de marca, muestra de su éxito y sofisticación. Y si además, logran exhibir su trabajo en ferias e instituciones fuera de México o incluso llegan a abrir alguna galería filial en una gran capital europea o estadounidense, entonces se afianza su legitimidad. Coleccionistas y patronos mexicanos a menudo adquieren la obra de artistas extranjeros en precios millonarios o destinan enormes sumas de dinero a apoyar instituciones fuera de México. Basta con mirar una de las colecciones privadas más grandes y reconocidas del país, la cual empezó hace años coleccionando la obra de artistas locales –pintores sobre todo– para después cambiar su enfoque y actualmente coleccionar y mostrar al público la obra de un gran número de artistas internacionales junto con un reducido número de artistas nacionales de moda.

Y es que muchos de los artistas mexicanos que han logrado cierto renombre, gozan de ello en función a su habilidad para emular un cierto tipo de arte que se hace en otras partes del mundo. No solo importamos el concepto de arte sino los modelos de negocio –ferias, galerías y subastas–, los métodos educativos, los ideales institucionales y los términos, usos y costumbres que perpetúan al sistema preponderante. Ante la colonización ideológica y artística, se sacrifica la identidad nacional y personal. Y no es la primera vez que sucede: durante el Porfiriato el arte mexicano aspiraba a parecerse al francés y años después con Vasconcelos, a pesar de haber un intento deliberado de descubrimiento de lo propio y original, el canon artístico siguió siendo europeo en el fondo.

La paradoja aquí es que nos obsesiona jugar conforme a las reglas del juego de otros, para de todas formas perderlo. De otra manera no podría explicarse que en los conteos de los 500 artistas más importantes del mercado mundial en el 2023 solo figure Frida Kahlo, Rufino Tamayo y Julio Galán. ¿Por qué no hay mecanismos de puesta en valor, de difusión y exhibición, de pensamiento, de creación y de educación que sean propios, originales y efectivos? ¿Por qué esforzarse tanto en parecerse a lo de afuera? ¿Por qué no generar modelos auténticos que nos provoquen admiración? ¿O será, que como la Malinche, volvemos irremediablemente la mirada hacia el extranjero al no encontrar opciones en el interior? Aún siendo México una potencia cultural del continente, un portento histórico y artístico innegable, pareciera que languidecemos como el mestizo de Orozco, rogando por el oro del reconocimiento y la validación de los espejitos del gran mundo exterior.