Ya lo hemos comentado en este espacio, pero vale la pena insistir (escribo esta columna antes de la jornada electoral del martes 5): si la elección presidencial estadunidense favorece a Donald Trump experimentaremos un viraje radical en el sistema internacional actual. No nada más cambiará el balance de poder en la política doméstica norteamericana, sino que ese cambio encontrará un correlato en la política exterior de la superpotencia.
Si Trump cumple sus promesas dejará a Ucrania a merced de los invasores rusos. No solamente abandonará al presidente Volodímir Zelensky sino probablemente a toda Europa, en la medida que pretende sacar a Estados Unidos de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). La alianza militar más poderosa y exitosa de la historia humana se quedaría sin su principal patrocinador financiero y armamentístico. Lo anterior, a su vez, tendría repercusiones en el equilibrio geopolítico de otras regiones.
Como se ha señalado hasta el cansancio China vería con buenos ojos el aislacionismo estadunidense y el retiro de su papel de liderazgo global. En primer lugar, por su ambición más inmediata, la recuperación total del control político sobre Taiwán. En segundo, por el reposicionamiento chino en los mares asiáticos; por ejemplo, para establecer una esfera de influencia más clara con el acompañamiento de Corea del Norte, pero también para reivindicar conquistas territoriales como las islas Senkaku, que le disputa a Japón. China busca la hegemonía marítima desde hace años para facilitar el traslado de innumerables mercancías y productos que genera su economía. No obstante, también le interesa el control y la influencia política sobre Asia.
En cuanto al conflicto Israel-Palestina es conocida la afinidad y cercanía entre Trump y Benjamin Netanyahu. No se ve posible que regrese la presión para conseguir la solución de los dos Estados. Mucho menos para que se lleve a juicio a Netanyahu, pues el ejemplo internacional que daría Trump (un presidente con juicios abiertos que presume de cómo se otorgará perdón a sí mismo) no augura un referente mundial de respeto al Estado de Derecho.
Tendencias
En el caso del cambio climático podemos estar seguros de que la política exterior estadunidense volvería a darle la espalda a sus compromisos ambientales. Posiblemente Trump quiera volver a salirse del Acuerdo de París, pero más grave que eso: le restaría financiamiento a la investigación científica contra el cambio climático. Abandonaría el rol de liderazgo estadunidense en las cumbres para frenar el calentamiento global y tal vez reduciría los incentivos fiscales a empresas que trabajen con energías no contaminantes, tanto nacionales como extranjeras.
En términos de libre comercio sabemos que Trump enarbola la nueva tendencia proteccionista en la política mundial. Ha dicho en múltiples ocasiones que su palabra favorita en el idioma inglés es “arancel”. Resulta extraño, pero el mismo promotor y orquestador del Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (TMEC) podría ser quien lo saboteara. Su afán de sostener una guerra comercial con China terminará impactando la política mexicana por su obsesión con la fabricación de automóviles supuestamente de origen chino en México.
Finalmente, lo más grave en opinión de quien esto escribe sería que Trump se adheriría a una especie de Internacional Autoritaria. Su simpatía y alianza con figuras como Orbán, Erdogan, el dictador coreano o el mismísimo Vladimir Putin permiten temer la reconfiguración del orden internacional a uno donde la principal potencia planetaria no solo no promueva la democracia sino que busque minarla en todo el mundo.
Más o menos estos son los escenarios que uno podría esperar en términos de política exterior para el mundo.
No se le olvide que para México dijo que sería capaz de bombardear las ciudades de nuestro país donde residan los capos del narcotráfico.
Y aun así, hay quien afirma que Trump nos conviene.