HABLEMOS DE LA DESNUDEZ

Mónica Soto Icaza
Columnas
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Desnudez

El sexo en grupo es un gran antídoto para una mala imagen corporal.

Dossie Easton y Janet W. Hardy en Ética promiscua

Hablar de la desnudez es caminar por la cuerda floja, pues existe el riesgo de caer hacia un lado o hacia el otro y lograr que se malentienda la idea. No importa, creo que el riesgo lo amerita: la desnudez es uno de los esqueletos en el clóset de las relaciones eróticas, ya sea en solitario o en pareja.

Las referencias de cuerpos desnudos y caras desnudas con las que crecemos y nos cruzamos en la vida son de anatomías perfectas: los actores en las escenas de sexo de las películas, las modelos de lencería en la publicidad de televisión, revistas, redes sociales y espectaculares, el cine porno.

Además de los mandatos de cómo deben ser los cuerpos y las caras en esos ambientes, formas, texturas y colores se manipulan de manera digital. Hasta las campañas de “cuerpos reales” eliminan celulitis, estrías y otras marcas, así que no son tan representativas de la diversidad de morfologías que existen fuera de lo creado para seducir, vender o convencer.

Eso provoca que en la desnudez frente al espejo lo que miras desentona con lo que te rodea provocando inseguridad, insatisfacción, deseos de cambio, frustración y, en casos muy radicales, odio a la propia piel.

La industria de la belleza es multimillonaria; la inversión en tratamientos y productos de belleza puede atentar contra las finanzas personales; las tendencias de cuidado de la piel en TikTok, Instagram y otras plataformas lleva a niños menores de 15 años a obsesionarse con mantener la juventud. Los filtros de los teléfonos inteligentes tampoco ayudan, porque ahora el bombardeo de imágenes falsificadas no nada más viene de publicistas y cineastas, sino de cualquier persona con aquellas aplicaciones; más de una vez me he desconocido en alguna foto que suben de mí, con los ojos enormes, la piel lisa y hasta con el pelo más largo.

Perfecto

¿Por qué es un problema? Porque no existe el Photoshop en tiempo real. Existimos las personas de carne y hueso y en la piel hay lunares, arrugas, vellos, poros, granitos, cicatrices. Claro que se vale cuidarse y maquillarse como cada quien lo considere conveniente, pero es muy importante aceptarnos como somos antes de ir infelices por los días porque jamás llegaremos a ser como el individuo de la pantalla.

Un ejercicio que hago para mantenerme feliz con quien soy es mirarme cuando salgo de la regadera o al despertar, más que en fotos con maquillaje y filtros. Prefiero que me guste la mujer del espejo, que la mujer de las pantallas. A las dos las toco a través de un cristal, pero la del espejo sí me puede recordar quién soy.

También me gusta ir a lugares nudistas. Recuerdo la primera vez que vi sin ropa a una desconocida en la playa; mientras yo me preocupaba de manera desaforada por esconder lonjas, panza y las cicatrices de las cesáreas de mis hijos, esta mujer bailaba con los ojos cerrados, moviendo el cuerpo con libertad y el placer del sol en su epidermis sin preocuparse de absolutamente nada. Los hombres y mujeres a su alrededor, de quienes me fui haciendo consciente conforme pasaban los minutos, también gozaban de su cuerpo sin miedo al juicio, abandonados al placer de ser ellos sin pedirle permiso a los demás.

Ninguno de esos cuerpos se parecía, ni remotamente, a los de los actores en las escenas de sexo de las películas, las modelos de lencería en la publicidad de televisión, revistas, redes sociales y espectaculares ni a los del cine porno.

La desnudez es importante porque al mirar otros cuerpos entiendes qué tan perfecto es el tuyo.