CARTA A JORGE RAFAEL

“Siempre me ganaste en aquel juego de puro dato inútil y nunca te logré vencer en ajedrez”.

Sergio Pérezgrovas
Columnas
JORGE RAFAEL

Los ojetes están más cerca de lo que parecen.

Doctor Bolavsky

Ciudad de México. Julio 2024

Querido Jorge Rafael:

Hace muchos años que quería escribir esta carta, pero no sabía cómo hacerlo. Ahora que estoy en tus mismas condiciones, la pude realizar. Me han secuestrado y llevo ya varios días en cautiverio. Les he pedido a mis captores que me dieran un cuaderno y una pluma. Hace mucho que no escribo de mi puño y letra. Han amenazado a mi familia. Si no pagan el rescate, me van a matar; así que he decidido escribirte, porque tu recuerdo me reconforta.

Cuando yo tenía cuatro años, tú estabas filmando una película en lo que era el Club Alemán de México, en la calle de Providencia de la colonia del Valle. Vivíamos a dos casas, así que me invitaste a ver cómo trabajabas.

Me sentaste en la silla del director mientras en el set Huracán Ramírez le partía la madre a unos monstruos que creí verdaderos y, en ese momento, supe a qué quería dedicarme.

Me regalaste mi primer libro. Yo mal acababa de aprender a leer y con tu voz parsimoniosa y melancólica me diste una instrucción.

—Siempre que leas un libro apréndete dos cosas: el nombre y el autor.

El libro era La marca del Zorro pero, por los nervios de esos años, no recuerdo al autor. Todas las noches, cuando llegabas de trabajar, venías a preguntarme cómo iba la novela.

—Es que solo alcancé a leer una página.

—Muy bien. Una página a la vez, así acabarás pronto.

Cuando finalmente lo terminé, como ocho meses después de empezar, que me pareció un siglo, me llevaste a la librería Gandhi. Me compraste todo Julio Verne, Salgari y Conan Doyle. Cuando regresamos a casa, sacaste de tu biblioteca personal toda la colección de Tarzán de los monos, de Edgar Rice Burroughs, que te había regalado tu papá (todavía la conservo).

Me armaste un pequeño librero que fue a quedar frente a mi cama. Yo lo veía y pensaba: ¿Cuándo voy a terminar de leer todos estos pinches libros?

A ti no te gustaban las groserías, pero como soy yo el que escribe, pues te chingas y te aguantas.

Gloria del cine

Con el tiempo comencé a trabajar de chinchihuilla, que en el argot cinematográfico significa el aprendiz de cine, o sea el que va por las tortas y otros mandados. Me convertí en asistente de editor, editor y luego pasé al área de producción. Al final, me volví director y logré mi primer largometraje, que me diste con un guion que estaba escrito con las patas. Solo tuve una semana para comenzar el rodaje y, como pude y sobre las rodillas y en pleno set, traté de arreglarlo. La cinta fue un desastre. Algunos años después me llamaste a tu oficina y me diste un cheque con el que pagué mi primer departamento.

Mientras tanto estudié la carrera de Comunicación en la Universidad Autónoma Metropolitana. Afirmaste que no servía para nada y que era mejor la práctica, por lo que te negaste a costearla. La carrera la acabé pagando yo con el dinero que me diste por trabajar contigo. Tenías razón.

Así llegaron un sinnúmero de películas de la gloria del cine nacional, tales como Santo contra el asesino de la televisión, Chanoc y el Hijo del Santo contra los vampiros asesinos, El hijo del Santo en la frontera sin ley, Los penitentes del pup, Ramiro Sierra, Los hijos del diablo, El yerbero, y muchas otras más.

Trabajé en todas estas grandes y fastuosas producciones; traté de mejorar los diálogos de los actores y las acciones de cada uno de ellos. Debo confesar que fue una tarea infructuosa y desgastante, con pésimos resultados. Gracias.

Pancracio intelectual

Siempre tuviste una extraña conexión con los fierros y las herramientas. Tenías en tu taller improvisado una mesa que hiciste de madera que encontraste en quién sabe dónde. Además, muchos de esos proyectos que comenzaste se quedaron sin terminar. Todavía conservo el portarretratos que hiciste con tuercas, tornillos y unas pequeñas piezas de plomo. Gracias.

Te encantaba Louis L’Amour, un escritor gringo que escribía westerns. Afirmabas que era él quien había inspirado La guerra de las galaxias, de George Lucas. Cómo nos gustaba sentarnos y hablar de teatro o filosofía, todos esos conocimientos que nunca aplicaste en tus malísimos guiones. Cómo disfrutaba esos momentos de lectura sin leer. ¿Cuántos libros llegaste a coleccionar? ¿Seis mil?

Me acuerdo cuando en tu oficina nos pusimos a discutir con Mil Máscaras, quien afirmaba categóricamente que la mayéutica la había creado Platón. Yo le gané la discusión: era Sócrates. Tú veías cómo se desarrollaba la pelea y me sugeriste que parara porque si no, me iba a romper los dientes. Al final de la contienda sentí que había estado en el pancracio intelectual como diez horas. Como decimos los mexicanos, me la peló el Campeón Mundial de Lucha Libre.

Siempre me ganaste en aquel juego de puro dato inútil y nunca te logré vencer en ajedrez. La verdad, te dejaba triunfar porque no quería que me dejaras de hablar por hacerte pinole en los juegos. Gracias.

Dicotomía

En lo que siempre estuvimos de acuerdo es que un lector siempre es, parafraseando a Aristóteles, un escritor en potencia, que cuando escribe se convierte en acto. Yo sé, por experiencia, que un lector puede llegar a ser escritor y no conozco a nadie que sea escritor sin haber sido primero lector. Es más, no sabía cuánto me gustaba leer hasta que empecé a escribir. Mi colección no abarca ni la mitad de los libros que tú guardabas con tanto recelo.

Este oficio es uno de los pocos donde es válido decir mentiras. Se convierten en verdad dentro del texto. Nos la pasamos inventando historias, buenas o malas, pero que nos dejan un sabor de tristeza y de alegría, es una dicotomía. El acto de escribir no nos hace mentirosos. En el último de los casos quizás es una manera de expiar nuestras culpas, nuestros pesares, nuestras vidas. Somos seres imaginativos y creativos. A veces retomamos algunas historias que en el momento de escribirlas ya son mentira. Así que escribir es una actividad donde jugamos a ser Dios, con tintes de humanidad. Escribir nos convierte en lo que somos: con virtudes y defectos, pero nunca mentirosos.

Razones

Comencé a escribir pequeñas viñetas y cápsulas en el programa del famoso periodista Ricardo Rocha, del que también fui productor. Un par de guiones para videoclips que luego produje y dirigí. Paulatinamente, también escribí en la revista Vértigo, de circulación nacional, reseñas de libros, cine, música, teatro, crónica de algún evento, etcétera. Mi editor nunca me ha censurado nada (a veces comemos y platicamos de autores y sus obras). Esto me llevó a publicar mis primeros libros, lo que aprendí haciendo televisión, Rompecabezas y Mis Fridas sufridas; estos dos últimos títulos son crónicas negras y un par de cuentos cortos de un policía ojete (aunque suene a pleonasmo), Tristán Canales N, inspirado en el nombre de mi entonces jefe y ahora mi amigo, a quien yo le comentaba en tono de broma:

Tris, tienes nombre de policía ojete. Algún día haré una novela.

Escribo porque quiero y puedo. Tengo dos razones fundamentales: ¡porque sí! y ¿por qué no? Lo disfruto y me apasiona. ¿Hay algo más importante que divertirse y hacer lo que a uno le gusta, sin ser hedonista, diciendo mentiras? Aunque algunos de mis amigos escritores se inspiran en el sufrimiento, yo no lo comparto. Para mí es un placer, pero cada quien escribe como y desde donde puede.

Ahora tengo un par de novelas y unos cuentos que estoy desarrollando en mi cabeza, sobre curas, monjas y otros menesteres (que llevarán por título tentativo: Pecados ocultos y no tanto); y, por supuesto, mi personaje Tristán Canales N.

Viaje

Cuando moriste estuve ahí. La noche anterior te querías bajar de la cama y decías:

—Ya me tengo que ir.

Poco antes de fallecer, empezaste a hablar en francés. Mi hermana no entendía nada.

Después dijiste:

—¡La luz!

Ella prendió la luz de la habitación, pero insististe:

—¡La luz!

Ha sido un gran y fascinante viaje el que tuvimos juntos. Doy gracias a la vida por haber estado en la tuya y tú en la mía. En la cultura mexicana decimos que uno se muere dos veces: cuando te mueres y cuando te olvidan. Yo te recuerdo y eso hace que sigas vivo.

Uno de los ojetes que me capturaron me metió dos balazos, como habían prometido. Me mandó a chingar a mi madre.

Hoy, gracias a él, puedo platicar contigo sobre todas estas obras que llegaron después de que te fueras.

ATTE

Tu hijo, Sergio.

PD Qué ojetes El Patis y La Matis (mis abuelos) por llamarte Jorge Rafael. Parece sacado de una telenovela barata mexicana.