En los últimos meses la discusión política internacional se ha concentrado en el enfrentamiento entre China y Estados Unidos. No obstante, se deja fuera de las noticias a India, un actor global con mucho futuro.
Veamos. En primer lugar, es vecino de China y dispone, como esta, de arsenal nuclear, que tensa mucho las relaciones fronterizas entre ambos estados.
En segundo lugar, es una potencia tecnológica que forma miles de ingenieros cada año y procura desarrollar patentes a una velocidad impresionante.
En tercer lugar, todavía hoy India presume ser la democracia más grande del mundo (en términos poblacionales, desde luego) y, por tanto, afirma poseer un modelo político superior al chino.
Además, India ha sabido posicionarse como una opción atractiva para el llamado sur global que no desea alinearse ni con China ni con Estados Unidos en cuestiones de política internacional.
El liderazgo indio parece perfilado para crecer y consolidarse como un referente internacional en casi todos los órdenes; más aún si consideramos que no tiene el problema de envejecimiento demográfico característico de otras potencias. En otras palabras, su población sigue siendo mayoritariamente joven.
Ahora bien, la veracidad de los señalamientos anteriores no puede borrar los malos indicadores sociales que caracterizan a ese país de tamaño continental. Y es que, como ha documentado ampliamente el Premio Nobel de Economía, Amartya Sen, a lo largo de los años India no ha conseguido superar el umbral de pobreza para millones de sus ciudadanos. No solo eso, son docenas de millones quienes siguen privados de acceso a servicios públicos elementales, como letrinas y agua potable. Lo anterior a su vez repercute en significativos retos de salud pública que afectan la vida de otros tantos millones de indios. Y todo lo anterior no es lo más desafiante para el futuro de India.
Bandera política
En los últimos años, desde la llegada al poder de Narendra Modi, India está sumida en un conflicto entre étnico y religioso que pone en tela de juicio su carácter democrático y augura una polarización constante en su vida pública.
Modi ha hecho de la defensa del hinduismo como seña de identidad nacional una bandera política muy lucrativa. La implicación práctica y no tan encubierta es un abierto antiislamismo que hostiga verbal y a veces físicamente a la población musulmana de India. Como se sabe, la mayor parte de los musulmanes salieron de India cuando se produjo la partición del país que dio lugar a la fundación de Pakistán.
No obstante, en un país de las dimensiones de India hablar de la minoría musulmana todavía significa referirse a docenas de millones de personas. La cruzada antimusulmana y la estigmatización de ese segmento poblacional le ha permitido a Modi enardecer a la base de sus seguidores y mantenerlos activos en las redes sociales. No en balde se ha convertido en el mandatario más popular del planeta.
Los dirigentes opositores han logrado conquistar bastiones de la provincia (de nuevo, regiones inmensamente pobladas por el tamaño del país), pero Modi ha impuesto la hegemonía de su grupo político.
Son notorias la distancia de Modi con Xi Jinping y sus diferencias en materia geopolítica, pero, aunque coquetea con Estados Unidos, India venderá caro su amor a Occidente.
Es preciso darle seguimiento a la evolución de este inmenso país que podría desempeñar un papel decisivo en el futuro de la humanidad, especialmente en la confrontación por el diseño del nuevo orden mundial.