El mundo se encuentra en un escenario de cambios vertiginosos. La incertidumbre parece ser el sello común en los ámbitos económicos, bélicos, políticos y ahora, ante el fallecimiento de Jorge Mario Bergoglio, se abre un nuevo episodio de reacomodos inmersos en este contexto enrarecido. Porque si en alguna de las instituciones mundiales conocidas, la personalidad de su titularidad la hace vibrar y la encauza, esa es la Iglesia católica. Y desde ahí el Papa Francisco bien pudo imprimir su sello como un reformador y visionario que se extrajo de una caja sólida y reducida que dejaban los siglos de rectitud y costumbres apegadas a un moralismo que a veces ya no encajaba con la realidad de los tiempos. Francisco llegó al papado para distinguirse en muy pocos meses por plantear cambios en temas sustantivos; la visión de la pobreza, la justicia, el matrimonio, el papel de la mujer y la globalidad en un mundo de inmediatez fueron temas para la discusión que no para pocos resultaron hondamente controversiales. Además, ya en su labor pontifical, no tuvo recato para realizar reformas que materialmente vendrían a cimbrar los cimientos de una Iglesia en cuyas entrañas es difícil el apostar por los cambios a la modernidad. Así, el Papa Francisco aportó la reforma que descentralizó las funciones de la Curia Romana para abrirle mayores espacios a mujeres y a laicos, mismos que vendrían a constituirse como un ejército fresco que le diera una nueva dinámica a aquello que ha dicho del santo padre estaba petrificado. Dicha reorganización se extendió a todos los ministerios con la clara intención e instrucción de priorizar la evangelización ante cualquier actividad. El Papa Francisco tampoco se detuvo para entrar de lleno a los temas puntillosos; la reorganización de las finanzas del Vaticano, la transparencia en la aplicación de las mismas y los malos comportamientos de miembros de su Iglesia encontraron una muralla donde no pudieron llevarse más a cabo.
Herencia
Ahora priva la mencionada incertidumbre y con un renovado pontificado la Iglesia por igual vibrará en la sintonía que le imponga la nueva titularidad. Pero quedan en el ambiente los retos que la Iglesia encontrará en esta nueva ruta.
En primer término, el nuevo Papa tendrá que sortear la navegación en una diversidad cada vez más pronunciada en la Iglesia. En esta estructura que ha dejado a pocos de ser monolítica; se tendrá que dar continuidad a la apertura procurada por el fallecido santo padre. El apoyo en los laicos para la extensión de la fe va a constituir una tarea complicada en un esquema donde por necesidad se tendrá que llegar a ejercer el mando unipersonal. La participación de los identificados con la religión sin embargo ya demanda ser tomada en cuenta con mucho mayor peso específico y más aún cuando se extrañará a un Papa cuya bandera era precisamente la escucha y la atención.
Por otra parte, mucho se tendrá que posicionar el nuevo jefe del Estado Vaticano como un real fiel de la balanza que equilibre con diplomacia las posturas internacionales. Esta es una tarea pendiente que, si bien no era prioridad del Papa Francisco, en los tiempos de convulsión económica y amenazas intervencionistas, el Estado Vaticano tendrá que entender y ejercer su nuevo rol en el ámbito internacional donde la objetividad y la templanza se hagan visibles.
Y, claro, no se puede dejar fuera de las prioridades la continuidad en la denuncia de los casos de abuso, el castigo a la corrupción, el fomento a la evangelización y la comunidad de fe digital, la descentralización que promueve la fe con expresión y respeto de los regionalismos, así como el diálogo interreligioso. El respeto al legado de quien fuera el primer Papa latinoamericano, el primer Papa jesuita y para muchos el Papa que vino a representar el punto de inflexión que la Iglesia requería será una bandera poderosa para los días venideros.
Lejos de las creencias que nos identifican o nos separan, hay una herencia importante de un líder humanista que, sin duda por su personalidad apegada a la austeridad y la sencillez, será recordado a través de tiempos en un mundo donde a veces resuenan a lontananza sonoros tambores de guerra.