INTELIGENCIA ARTIFICIAL, ¿RIESGO REAL?

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Justo cuando todos se embelesan con las bondades tecnológicas de la Inteligencia Artificial (IA), existe un autor que ha llevado la reflexión hacia un campo de profundidad que deja ver posibilidades que no necesariamente se encuentran fácilmente a la vista. No es extraño que Yuval Noah Harari ponga el punto sobre la “i” en un tema que puede implicar consecuencias que no se avistan respecto a la democracia, la gobernabilidad y en conjunto al destino de las naciones en esta modernidad de ritmos vertiginosos.

Harari se convirtió en una autoridad en temas reflexivos de la humanidad cuando, como un parteaguas en su prolífica carrera, publicó Sapiens. Desde ahí se le ha identificado como un real gurú de temas relativos; poco más de una década después de tal reconocimiento, el autor colocó en los estantes de las librerías su obra Nexus. Con este ensayo, Harari ha tocado una fibra dentro de la modernidad que amerita razonarla. La oración que completa el título de la obra reza Una breve historia de las redes de información desde la edad de piedra hasta la IA. De por sí ya resulta reveladora y conduce en una muy primaria idea al contraste y avance tecnológico con sus respectivas implicaciones tanto positivas como perniciosas. Harari establece una serie de hipótesis que abarcan por lo general el contraste de los tiempos históricos y sus consecuentes paralelismos.

Así, en primer término, establece cómo ha sido la necesidad por el progreso comercial y económico, aquel motor ideal para impulsar avances que se tradujeron en inversiones de riesgo que inicialmente tomó la iniciativa privada. He ahí el caso de las comunicaciones ferroviarias en el contexto de la revolución industrial, hasta la llegada de medios masivos de comunicación y contacto virtual social como las redes Facebook, Twitter, etcétera. El autor, a partir de esta reflexión, toma como punto de partida el qué tan conveniente ha resultado para los estados el asumir el control estratégico de las vías de comunicación, incluyendo los medios que actualmente conocemos.

El caso de China es sumamente visible en este sentido. La “corrección” y orientación de la información provienen por parte de un Estado que aplica filtros y controles a las redes sociales, pero por igual en un pasado tomó la tutela de las vías ferroviarias por considerarlas estratégicas para la comunicación y desarrollo de su sociedad. De ahí, una oportuna creación de diferencia entre lo que llama la red orgánica de comunicación y la red inorgánica. La primera, se refiere al cómo el hombre ha encontrado las vías para comunicarse y plasmar ideas, mientras que la segunda es donde se ubica la nueva red y tendencia de comunicación que proviene de una intención del hombre por aportar elementos computables que se convierten en algoritmos y tendencias de una forma “pensante” o razonada conforme a las variables con las cuales se alimentan.

Soporte de la democracia

Lo realmente interesante es la reflexión que Harari aporta en torno a la democracia y a los instrumentos que estados autocráticos o tiránicos emplean –o pueden emplear– cuando tienen al alcance herramientas poderosas como la IA. Incluso, el autor llega a plantear la pregunta si la democracia llegará a sobrevivir esta época en donde el reinado de las fake news, la desinformación y la distorsión programática contaminan de raíz el debate público.

Entendamos que el gran soporte de la democracia es la generación de consenso a través del diálogo y debate en la sociedad. Un gobierno autoritario procura la centralización de la información que su propia sociedad consume y orienta la agenda de debate sobre temas que le resultan convenientes.

Hoy la IA proporciona catalizadores de esa intención de censura mediante algoritmos, bots, creación de tendencias e información teledirigida a fines contaminados por el dogma de una política de Estado. La IA se presenta ya como un actor parcialmente autónomo ya que la intención de manipulación —o los mecanismos de corrección— provienen de un ente externo. Harari nos abre los ojos para dejar atrás la fantasía de una IA que toma conciencia propia; más bien, nos da un mapa donde esta se convierta en una herramienta de control y orden de aquellos que temen cobardemente al escarnio.