El uso de la Inteligencia Artificial (IA) es ya recurrente por parte del estudiantado en los distintos niveles de educación, principalmente en preparatoria y universidad. Es un hecho que modelos de lenguaje como ChatGPTson hoy parte de la realidad estudiantil; sería una locura negarlo. La cuestión, pues, es qué hacer con tal tecnología: ¿restringirla o aceptarla?
Las supuestas páginas que detectan IA no son confiables e inclusive pueden afirmar erróneamente que un texto fue hecho con dicho modelo de lenguaje.
Hice la prueba: le subí un documento histórico (por obvias razones) a uno de esos programas y me arrojó una probabilidad de 80% de haber sido escrito con IA. De tal manera que no son confiables y pueden llevar a más problemas. Creo que ya se pueden encontrar algunos patrones que pueden generar sospechas, como cierto uso de palabras o su manera de concluir un texto.
No obstante, la discusión hace tiempo que rebasó cuestiones de restricción o prohibición del uso de la IA dentro del ámbito educativo (el artístico es otro tema). La cuestión ahora es cómo integrarla de manera funcional al proceso educativo. Acepto que esto trae consigo replantear la docencia: las metodologías de enseñanza y evaluación requieren una transformación que responda a esta nueva realidad tecnológica. Claro que no es cosa fácil, porque implica romper con esquemas de evaluación de hace décadas, cuando el contexto educativo era radicalmente distinto.
Ecosistema tecnológico
La IA debe verse como una herramienta más del proceso de aprendizaje, similar a lo que en su momento fueron las calculadoras, las computadoras o internet; pero debe hacerse con conciencia de sus límites y abusos. El reto está en enseñar a los estudiantes a utilizarla de manera ética y productiva. A fin de cuentas, ¿de qué sirve prohibir algo que los estudiantes inevitablemente utilizarán en su vida profesional?
Lo verdaderamente preocupante no es que los alumnos utilicen la IA, sino que lo hagan sin criterio, sin entender sus problemas, sin desarrollar el pensamiento crítico necesario para evaluar y mejorar los resultados que esta les proporciona. La labor docente, entonces, debe agregar un plano más a su función de dadores de conocimiento: ser guías que enseñen a navegar y aprovechar este nuevo ecosistema tecnológico.
Una dinámica que he visto que ya utilizan algunos docentes es diseñar actividades y evaluaciones que, en lugar de poder ser resueltas con una simple consulta a la IA, requieran análisis, reflexión y aplicación práctica del conocimiento. Por ejemplo, corregir un ensayo histórico escrito con esta herramienta. Tareas que demanden que el estudiante dialogue con la tecnología, que la cuestione, que la use como punto de partida para desarrollar ideas propias y no como punto final del proceso de aprendizaje.
Es un reto enorme, pero considero que el tiempo de las quejas y restricciones —mas no críticas, cabe recalcar— quedó atrás.