Vendrá un cambio de estilo y, sin duda, ante la nueva circunstancia por la aparición de nuevos actores políticos, vendrá un cambio de época: la intrincada novela donde Canadá, México y Estados Unidos son protagonistas, y la cual cuenta ya con diversos capítulos, ahora encontrará un nuevo viraje con la aparición en el escenario del exbanquero Mark Carney, quien apenas hace unos días se adjudicó un respaldo incuestionable que lo ubica como líder absoluto del Partido Liberal canadiense y, en consecuencia, como primer ministro en ciernes del país de la hoja de maple.
Canadá ahora tendrá al frente a una figura que, si bien no se ha placeado en el mundo de la política, es un hombre templado en la praxis de los negocios. Un hombre duro que está a favor de la medida de “dólar por dólar” en cuanto a la imposición de aranceles y quien ha expresado una profunda preocupación por la posición estadunidense en torno de la adhesión de Canadá como estado.
Lo cierto es que Carney deberá aprender el manejo político a pasos realmente acelerados. Su elección como líder del Partido Liberal cuenta con una legitimidad incuestionable; haberse elegido con 86% de los votos emitidos por los miembros de su partido lo solidifica en el mandato. Pronto el gobernador general, representante del Rey Carlos de Gran Bretaña, será el encargado de invitar a Carney para reemplazar a Trudeau como primer ministro.
Sin embargo, la oposición canadiense no va a proponer un escenario tapizado con pétalos para el entrante mandatario. Carney tendrá que convocar casi de inmediato a elecciones mediante un ejercicio democrático que apele a la unidad y a la identidad canadiense ante un Trump embravecido, quien ya está apostando por imponer aranceles donde más duele a la economía de Canadá.
Tales acciones lesivas para los canadienses encontraron una respuesta por parte del gobierno de Trudeau que fue bien vista por el electorado, al grado de equiparar las preferencias con los conservadores canadienses, quienes hasta antes de la reyerta con Estados Unidos tenían ventajas en distintas encuestas hasta por dos dígitos.
El reto de Carney será conservar ese impulso nacionalista para generar cohesión en torno de su proyecto político.
Acciones inmediatas
Y es que no solo deberá sortear los desánimos de un presidente estadunidense empeñado en sus ideas aun cuando los propios mercados ya lo han contradicho: Carney tiene que buscar acciones inmediatas ante una ciudadanía canadiense ávida de soluciones a diversos problemas acumulados. En primer término, en el plano económico, es urgente la eliminación de algunos impuestos que mucha polémica han causado; el impuesto sobre el carbono, el incremento planificado sobre el impuesto a las ganancias de capital, así como la eliminación de distintas barreras y trabas burocráticas al comercio interno canadiense.
En segundo lugar, Carney tendrá que acelerar la construcción de vivienda ante la crisis y escasez de techos seguros y accesibles para los canadienses, así como buscar un punto medio ante los incrementos de flujos migratorios, sin que esto signifique un endurecimiento total de la política en el tema. Cabe mencionar que ya en una etapa tardía del mandato de Trudeau, en consenso con su partido, anunciaron tales medidas para paliar el desánimo que ya se amontonaba alrededor de los liberales.
Pero hay que avistar que los canadienses ahora tienen al frente del país a un duro exbanquero central al que no le tiemblan las piernas. Habrá que tener en cuenta su determinación por imponer un impuesto de 25% adicional al suministro eléctrico que de Canadá reciben varios estados de la nación norteamericana. La respuesta en esa política de dólar por dólar lleva a imponer un grueso de 29 mil 800 millones de dólares canadienses en aranceles como una dura contestación. De ahí que un Donald Trump iracundo, acorralado por las consecuencias de sus dichos en los mercados, haya declarado abiertamente que exterminará la industria automotriz canadiense como represalia. Con un superávit de más de siete mil millones de dólares a favor de Estados Unidos en ese rubro, Trump conoce los alcances de su dicho. Tambores de guerra resuenan estridentes.