Capri, Italia. Mónica. El amor de Mónica. Yo. Mis fantasías al conocer el mundo desde el espacio entre las piernas de Mónica. El paisaje desde el yate y hacia la isla rocosa en el golfo de Nápoles, con la ciudad incrustada en los acantilados, es el sueño húmedo de cualquier amante de la belleza.
El plan del día fue sentarse a leer en el piso de la alberca, el A, después de desayunar, y luego ponerse los zapatos para tomar la lancha que los llevaría a un restaurante con club de playa, Il Riccio, famoso por los mariscos, el ambiente y el cuarto de los postres con el letrero luminoso de Temptation a la entrada que bien le hace honor al momento y al lugar.
El oleaje era tan intenso, que debimos esperar unos 20 minutos para que pudieran recogernos en otra lancha, una pequeña, inflable, y acercarnos a la orilla sin poner en peligro la integridad de la embarcación de nuestros anfitriones.
Fuimos los últimos en llegar y los primeros en levantarnos a bailar cuando nos pusieron Suavecito versión cumbia. Mónica y su amor bailan salsa, pero ya para esas alturas cualquier ritmo tropical servía para mover el cuerpo y estimular los poros de la piel con el sudor de la danza. Comida exquisita más vino seco más carcajada tras carcajada es una de las fórmulas perfectas de la seducción.
Miradas
En una de esas vueltas coquetas del baile y chocarreras del destino los ojos de Mónica coincidieron con los ojos de un barbón de brazos tatuados, bronceado, con camisa de lino y lentes de sol, aparentemente italiano; un bad boy, los hombres favoritos de mi dueña. Bastaron esos tres segundos de miradas para saber que la visita al restaurante en el acantilado no tendría nada de inocente. La sonrisa que siguió a la mirada fue la antesala de una intención lasciva nueva, de generación fugaz y con sabor de inmemorial.
Terminó la música. Volvieron a sentarse. Yo alcancé a ver al italiano desde las piernas abiertas de Mónica: se comía unos profiteroles con mucha crema, se chupaba los dedos, relamía las comisuras de su boca; se me antojó esa lengua encima de mí.
Mónica se levantó al baño, no sin antes darle un beso a su esposo. Se sabe que puedes experimentar antojo por alguien más y eso no implica que dejes de ansiar los labios de quien amas sobre los tuyos.
Al salir del baño nos encontramos con el sujeto más reciente de nuestros deseos y sus labios en curva ascendente. Acarició la mejilla de Mónica. Mónica asintió e imitó el gesto. Boca sobre boca, ella dio dos pasos hacia atrás y cerró el seguro de la puerta del baño con un dedo del pie.
Él aprovechó que Mónica levantó la pierna para hacerle a un lado la tanguita roja y penetrarla. A mí me acarició mientras con las yemas de los dedos. Agradecí la deferencia con una contracción “involuntaria” del pubis, un pubis que sabe trabajar muy bien en equipo.
Pronto la piel sobre los músculos marcados del coprotagonista de esta aventura comenzó a brillar, los 34 grados centígrados del ambiente con ese contacto total con la piel de Mónica hicieron nacer ríos en las epidermis de los dos. Él lamió a Mónica del pezón derecho hacia la barbilla. Ella atrapó el labio inferior de él con los dientes, a lo que él respondió con la mano en la nuca de ella y una transfusión de saliva que, cual efecto mariposa, provocó una pequeña erupción en el Etna.
Mónica regresó a la mesa donde su amor la esperaba con la ingenuidad que da la ignorancia. Ignorancia que duró solo algunos segundos: a él le bastó atestiguar el cruce de miradas entre los amantes efímeros para saber que acababa de suceder otra historia digna de contar por mí.