HÄNDEL Y LOS CIMIENTOS DE LA MÚSICA ETERNA

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Georg Friedrich Händel

Hablar o escribir de Georg Friedrich Händel es referirnos a una de las figuras más emblemáticas de la música universal. Es un referente obligado para entender y valorar armonía y contrapunto. Es el equilibrio entre creación e innovación con sobriedad, elegancia y estructura de su tiempo.

Y es que Händel es un muy afamado compositor del periodo barroco, caracterizado este por una cantidad inagotable de obras majestuosas, abundantes ornamentos, culto a la música sacra, pero también a la música programática (descriptiva, imitativa, narrativa, sugestiva) y, por ende, secular.

Los géneros abordados abarcaron un amplísimo abanico que va desde suites, fantasías, sonatas, preludios, fugas y otras formas para instrumentos solos o de cámara, hasta óperas, oratorios, conciertos, música incidental, misas y “pago por evento”.

Händel, curiosamente, nace el mismo año que J. S. Bach (1685), concretamente el 23 de febrero —razón por la cual este texto se lo dedico justo en conmemoración a su natalicio—. Nuestro compositor es originario de Halle (Sacro Imperio Romano Germánico). Alemán, pues. Fue un destacado compositor, organista, clavecinista (recuerden que en aquel entonces aún no existía el pianoforte), violinista y maestro. No obstante su nacionalidad de origen, realmente se desarrolló en la sociedad y música inglesas.

Como tantos otros casos en la historia de la música, Händel se vio forzado, por su padre, a estudiar Derecho, a lo cual cedió, pero de manera efímera.

Anduvo por Italia y Alemania hasta llegar a Inglaterra. Llegó de la mano de Jorge I, mismo que en su momento le dio la oportunidad de ser maestro de capilla en Hannover. Terminó por asentarse en Inglaterra a partir de 1712.

Encargos

Mención especial amerita su Suite de la Música Acuática. Estrenada el 17 de julio de 1717, a petición del propio Jorge I —para entonces ya coronado rey— se concibió y escribió para ser interpretada mientras navegaban por el río Támesis. Era una forma de que su majestad pudiese saludar al “pueblo bueno y sabio” a lo largo de un trayecto acuático a bordo de una barcaza real. A su lado iría otra embarcación similar con 50 músicos para amenizar el noble gesto del jerarca. Algo así (y perdonen mi atrevimiento) como cuando vas a Xochimilco y, junto a tu chinampa con acompañantes, otra parecida ameniza el paseo cantando tus canciones favoritas. Gran tradición cuyo origen, como vemos, data de muchos años atrás. La magia de la música.

Ahora bien, era común que tanto en programas de concierto como en las grabaciones que hasta hace poco escuchábamos en reproductores digitales o acetatos, la Suite de la Música Acuática estuviese acompañada de la Música para los reales fuegos de artificio. Esta obra data de 1749 y fue encargada por Jorge II para amenizar los fuegos artificiales que iluminaron y alegraron Green Park, Londres, el 27 de abril de 1749 para festejar el fin de la Guerra de Sucesión Austriaca.

Y ahora se vale hablar de mis obras predilectas de este enorme compositor, Georg Friedrich Händel, quien por cierto tuvo una gran influencia —a veces reconocida y valorada y otras veces soterrada— en el periodo clásico (Haydn, Mozart y Beethoven). Sin duda, en primer lugar, propongo coronar El Mesías, oratorio monumental que —sin exagerar y siguiendo las enseñanzas de Stefan Zweig en Momentos estelares de la humanidad (Acantilado)— significó la resurrección de Händel, quien compuso esta obra inmortal en menos de tres semanas. Es música obligada para la Navidad.

Destaco, además, sus óperas Rinaldo, Giulio Cesare, Rodelinda y Ariodante. Adicionalmente, sus oratorios Acis y Galatea y Susana. Y, bueno, sus Concerti Grossi son un deleite para cualquier momento de alegría o de zozobra.

En suma, happy birthday, Georg Friedrich Händel. Moriremos todos antes que tu música.