LA GUERRA DE LAS CIVILIZACIONES

Juan Pablo Delgado
Columnas
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Globalización

La globalización está muriendo, la Pax Americana se derrumba y la humanidad se adentra en un nuevo mundo desconocido y oscuro. Lo que estamos viviendo hoy es el final del orden internacional que estuvo en vigor por 80 años: una colección de instituciones, acuerdos, alianzas y reglas liberales que permitieron la mayor creación de riqueza, la mayor disminución de la pobreza, la mayor prosperidad material y el menor número de conflictos en la historia de la humanidad.

Si lo piensan un momento, esto no es poca cosa. De hecho, para la mayoría de nosotros el orden liberal internacional es el único programa que conocemos (con excepción —si acaso— del soviético). Pero hoy Estados Unidos, el gran arquitecto del liberalismo global parece estar agotado o simplemente esquizofrénico. En estos primeros dos meses de la nueva administración de Donald Trump hemos visto tantos cambios en materia geopolítica que se complica nombrarlos todos: abandonar el Acuerdo de París, salir de la Organización Mundial de la Salud (OMS), imponer aranceles a sus aliados, reducir el apoyo a Ucrania, amenazar con anexar a Canadá y Groenlandia… y un largo etcétera.

Pero quizá el más importante ha sido un cambio de mentalidad que apunta al desmantelamiento voluntario del Imperio Americano que garantizó el orden liberal por ocho décadas. Hoy Trump se dice harto de “subsidiar” a sus aliados y de incurrir en gastos superfluos como la ayuda humanitaria, la promoción de la democracia y el resto del soft power gringo. La dominación por la fuerza y las negociaciones transaccionistas entre potencias es la nueva orden del día.

Lo que estamos presenciando, de acuerdo con el historiador Nils Gilman, es “un momento de reordenamiento en las relaciones internacionales tan significativo como 1989, 1945 o 1919: un acontecimiento generacional”. O como dice en su artículo de Foreign Policy (Samuel Huntington Is Getting His Revenge), estamos viendo en tiempo real la venganza de Samuel Huntington y la derrota final de Francis Fukuyama.

Democracia liberal

Tras la caída del Muro de Berlín y el colapso de la Unión Soviética, la visión que dominó en los altos círculos de los internacionalistas era el proverbial “fin de la historia” que promovía Fukuyama. Armados con esta visión hegeliana, numerosos analistas creyeron en la inevitabilidad de una transición global hacia un modelo marcado por la democracia liberal, los mercados libres y la administración tecnocrática de la política.

Samuel Huntington ofrecía una visión contraria. Para este académico, las antiguas divisiones entre este-oeste y norte-sur también se volverían irrelevantes, pero en vez de llevar al idealismo de una gran integración mundial, la visión realista hungtingtoniana anticipaba un mundo marcado por un conflicto continuo entre distintas “civilizaciones”.

Como explica el propio Huntington: “La identidad de la civilización será cada vez más importante en el futuro, y el mundo se verá moldeado en gran medida por las interacciones entre siete u ocho grandes civilizaciones. Estas incluyen la occidental, la confuciana, la japonesa, la islámica, la hindú, la eslava-ortodoxa, la latinoamericana y, posiblemente, la africana. Los conflictos más importantes del futuro se producirán en las fracturas culturales que separan a estas civilizaciones”.

Todo parece indicar que, en efecto, estamos transitando hacia el mundo de Huntington. Como explica Gilman: “El sueño de un consenso universal a favor de la democracia liberal y un capitalismo global gestionado tecnocráticamente ha muerto, y los enfrentamientos entre civilizaciones están en ascenso casi en todas partes, desde Moscú y Pekín hasta Delhi y Estambul, y ahora en Washington, D.C.”.

La pregunta relevante para nosotros es qué papel jugará México en esta guerra de civilizaciones. Y más grave todavía: ¿Estarán siquiera conscientes y entenderán nuestros gobernantes el cisma geopolítico al que se enfrentan? Ante esta última pregunta, yo no guardo grandes expectativas.