Todos los días y en todo momento se percibe en distintos círculos la queja social sobre un enorme catálogo de problemas que derivan de un mal gobierno. En esos entornos de tertulia se critica, se maldice y se dilucida sobre los actos que un gobernante o legislador realiza con deficiencia y desatino, y cómo estos actos nos afectan en lo cotidiano para hacer nuestra vida más difícil.
El gran asunto es que lo que en plática se queda no resuelve de forma alguna de manera real y tangible ni los contratiempos ni el mal actuar de quienes los provocan.
Y a pesar de los lamentos y loas el único instrumento real que se tiene en la democracia para concederle pasaporte a quienes se encumbran en los puestos, sin mayor duda, es el voto. Sufragar en las urnas es participar en la elección colectiva que construye gobiernos; es pactar con una mayoría la responsabilidad futura que tendrán los servidores o legisladores. No hacerlo es convalidar la apatía y el desinterés que a la larga es el motivo real de aquellos problemas que con tanta pena nos llegamos a quejar.
Un remarcado y notorio ejemplo de cómo el abstencionismo electoral es un problema presente entre los mexicanos es lo ocurrido en las pasadas elecciones estatales en el Estado de México. Ahí se legitima un nuevo gobierno con la participación de 51% de los electores potenciales y, en términos gruesos, esto lleva a que solo 31% del total de mexiquenses haya optado por la candidatura que resultó ganadora en las urnas. En términos reales hay una disminución en la participación electoral en dicho estado, que ronda 4 por ciento.
Abandono
Las propias autoridades electorales abandonan los programas institucionales para la creación de conciencia que denote el beneficio colectivo de votar de manera informada, ordenada, respetuosa, incluyente y apegada a la norma.
Ya se debería pensar seriamente en evitar el inmediatismo de promover el voto en las antesalas de las elecciones: hay que insistir en lo relevante que es sufragar con presencia permanente y programas consistentes. Desafortunadamente, cuando llegan los tiempos de optar lo único alcanzable a la vista de los electores son las opciones ya personalizadas en candidatos que, en una gran cantidad de ocasiones, dejan mucho que desear en su actuar. La creación de una política institucional, alejada de cualquier promoción personal, inclusiva y diseñada para remarcar la importancia del interés colectivo seguramente impactaría en los niveles de participación en futuras elecciones.
Pero cuando traducimos a plata lo que representa un tan lamentable abstencionismo electoral las cifras que obtenemos nos pueden sorprender. De entrada, estamos ante una votación de solo la mitad de los doce millones 739 mil electores que están en la lista nominal del Edomex. Ante tal escenario, la erogación total destinada a la elección rondaría en poco más de tres mil millones de pesos, mismos que componen promoción, insumos y estructuras de operación destinadas a la jornada electoral. Es así que, si uno de cada dos potenciales electores fue aquel que sí votó, la otra mitad corresponde a una erogación desperdiciada o ineficiente, lo cual nos llevaría a afirmar que un monto de más de mil 500 millones de pesos prácticamente se tiró a la basura por efectos del abstencionismo.
Lo cierto es que estamos en una antesala peligrosa, donde más allá de vencer al contrincante político los partidos tendrán que vencer al principal enemigo: la ausencia de votos. Es notorio también que vivimos en una época donde priva una especie de divorcio entre gobierno, clase política y sociedad; la consecuencia de tal reyerta deriva en desinterés e individualismo social. La gente empieza a convencerse de que nada puede cambiar, ni siquiera con su voto depositado en las urnas.
El desencanto se refuerza cuando se cancelan las vías para exigir cuentas y resultados; cuando no hay canales para dialogar con aquellos que desde que fueron electos se volvieron intocables; y cuando sencillamente el gobernante o legislador electo se desentiende de sus públicos electorales después de las campañas.
Si se sigue legitimando el mandato con tan breves porcentajes la falta de identidad en la representación se convertirá en polarización y eventualmente en ingobernabilidad.